El almendralejense Pedro Vidal-Aragón Olives cursaba el cuarto año de Ingeniería Industrial en la Universidad Comillas-ICAI (Madrid) cuando un día le citaron junto a sus compañeros al salón de actos para hablarles de un proyecto europeo en el que seleccionaban a estudiantes para cursar un año en otro país de la Comunidad Económica Europea. Era el año 1988. «Nos explicaron que para los alumnos que comenzábamos el quinto curso el año siguiente --entonces la carrera duraba seis años-- habían firmado un convenio con una escuela muy peculiar porque era una escuela femenina de ingeniería en París (la École Polytechnique Féminine), la única de Europa en la que solo aceptaban a mujeres», cuenta. Y a pesar de eso, cuando les preguntaron quién estaría interesado en estudiar allí «no lo pensé y me presenté».

Y eso que su fuero interno le decía que no lo intentara porque no hablaba francés. Pero lo hizo y sin saberlo se embarcó en el principal programa de intercambio de estudiantes universitarios de Europa y se convirtió en uno de los primeros españoles (el primer extremeño) en cursar una Erasmus, las becas que han disfrutado más de cinco millones de estudiantes en sus 30 años de historia.

Las cifras revelan la trascendencia de este proyecto europeo. Y eso que en ese primer año, con España recién ingresada en Europa, en la universidad de Pedro Vidal-Aragón solo se interesaron por participar tres de los 400 estudiantes que podían hacerlo. «Eran otros tiempos y es curiosa la poca inquietud que entonces despertó cuando hoy la gente se pega tortas por conseguir una de las plazas de Erasmus», recuerda. También era la época en la que el proyecto Erasmus no estaba ligado a una beca (aunque año y medio después del viaje sí que recibieron una compensación económica) con lo que las familias debían hacer frente a todos los gastos del año de estudios en el extranjero. Y además la estancia era de un año y no de cinco meses como ahora.

«Fue una experiencia única, conocí a gente de toda Francia, el país, la cultura, me abrió los ojos y la mente, me sacó de mi micromundo», recuerda Vidal-Aragón del viaje que le cambió la vida hace ya casi 30 años.

Era un día de septiembre cuando recibió la confirmación de su ingreso en el programa europeo. Mientras apuraba el veraneo en Almendralejo, recibió una llamada de la universidad en la que le decían que en una semana tenía que estar en París para iniciar el curso allí. Pedro acababa de convertirse en uno de los primeros españoles que accedía a una beca Erasmus. El primer extremeño del programa. «Y yo solo pensaba en ese momento: ¡si yo no sé francés!». Pero aun así hizo las maletas y cambió el curso en Madrid por París. «Me fui con todo el miedo del mundo para probar. Tenía claro que si en los primeros meses no me adaptaba con el idioma, y no me enteraba de nada, me volvía».

De película

Con esa perspectiva se plantó con su maleta --y dos compañeros de experiencia a los que se encontró en el aeropuerto--, en el despacho de la directora de la Escuela Politécnica Femenina, balbuceando lo que sabía de francés. «Fue como una película de Alfredo Landa», bromea

Sin embargo, lejos de lo que pensaba, acabó pasando cinco años en París. Completó su Erasmus, con un plan de estudios hecho a medida porque su especialidad no la tenían en esa universidad francesa. Y pasó un año en el que «éramos la atracción de la universidad, imagínate entrar en un anfiteatro en el que hay 150 mujeres y tú el único hombre», recuerda. De hecho la pugna diaria estaba en decidir qué grupo de amigas se llevaba ese día a cenar a «los españoles» a casa. «En mi vida he hecho más tortillas de patatas, más sangrías y más paellas, era un experto», recuerda.

Académicamente el año fue bien, «aunque al final te das cuenta de que lo de menos eran las asignaturas y que lo más importante de la Erasmus es la experiencia», matiza. Al principio no entendía nada, pero en cuanto comenzó a familiarizarse con el idioma todo se fue haciendo mucho más fácil y antes de terminar el curso incluso tenía un trabajo por el que terminó quedándose cuatro años más en la capital gala. Fueron cinco años en total en los que la beca Erasmus se cruzó una vez más en su vida, ahora a través de una joven madrileña que estudiaba Derecho y que recaló también en París para estudiar un año con el programa universitario europeo. «Éramos vecinos en Madrid y no nos habíamos visto nunca, pero nos encontramos en París gracias al programa Erasmus», recuerda.

Y en la capital del Sena se conocieron, se enamoraron, se casaron... Y hasta hoy, cuando uno de sus cuatro hijos está a punto de embarcarse en una nueva edición del programa Erasmus (su hija María se va en febrero a París para estudiar un curso de ADE con Periodismo), mientras otro aspira a cursar el bachillerato en Canadá con otro programa de estudios. «Todo lo que sea conocer mundo y relativizar lo que cada uno vivimos en nuestro pequeño entorno es algo que te cambia la vida», considera. Porque al joven Pedro la experiencia Erasmus se la cambió: «me dio a mi mujer, me sacó de mi pequeño mundo y me ayudo a entender mejor a quien tenía enfrente y a disfrutar más de las personas y del entorno».