El otro día intenté visitar la única librería española en Amsterdam de la que tengo constancia y la encontré cerrada en plena mañana. Les he escrito un correo electrónico, una especie de SOS moderno, preguntándoles si volverían a abrir. El mensaje se ha debido de perder en la inmensidad de la red porque no ha recibido respuesta.

Pasear por las librerías es una de las actividades que más me relajan. Cuando no sé qué hacer o estoy especialmente agobiado, me dirijo a mi librería predilecta (porque de alguna forma las cosas que nos gustan son nuestras aunque no nos pertenezcan) y paseo sin rumbo manoseando libros que probablemente no compraré. Por eso el encontrarme cerrada la única librería donde podía hojear palabras furtivas en mi idioma me dolió especialmente.

Probablemente sea un problema nimio, sobre todo en la era en la que es posible descargarse una biblioteca entera con un solo click de ratón, pero son las pequeñas cosas las que configuran la felicidad. Finalmente, he encontrado la paz de espíritu en una librería con un nombre tan poco original como el del propio país al que representa, la American Book Center . A pesar de lo insulso del cartel exterior, el local es precioso y cuenta con un catálogo de libros muy amplio. Está situada en una de las plazas más céntricas de Amsterdam, en Spui, y tiene pinta de que antes de ser librería fue casa de aristócrata, porque la distribución algo caótica de sus cuatro plantas y la forma en que las escaleras aparecen y desaparecen sin razón aparente demuestran un punto caprichoso que no cuadra con los locales modernos.

Resulta hasta divertido deambular por la American Book Center , doblando esquinas que parece que te llevarán hacia el siguiente piso pero que en realidad te devuelven al punto de partida. He pasado muy buenos ratos perdido entre su inmensa sección de viajes, donde exhiben hasta una guía sobre el mundo entero, titulada directamente The World . Se antoja algo pretencioso pensar que se pueda meter todo el mundo en una única guía, pero resulta muy excitante imaginárselo. El problema de la American Book Center , como ya se habrán imaginado, es que solo venden libros en inglés.

La escritora Elif Shafak contaba durante una charla de la organización Ted que ella disfruta escribiendo en inglés, un idioma "cerebral y matemático", pero que no podría dejar de utilizar su idioma natal, el árabe, porque le resulta "poético y emocional". De alguna manera, para ella ambos idiomas se relacionan y se complementan. Supongo que a mí me pasa algo parecido, y por muy llena y muy variada que esté la librería americana de la plaza holandesa, yo seguiré echando en falta el oxígeno que me supone ojear al azar libros en castellano.

En la melancolía de día lluvioso y añoranza de los míos, he llegado incluso a buscar entre las estanterías de la American Book Center los ejemplares traducidos de autores hispanoamericanos a los que venero. Pero por muy bien traducido que haya quedado One Hundred Years of Solitude , nunca me producirá la misma calma que me influye leer las palabras con las que arranca el libro de García Márquez : "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

A menudo en el extranjero se añoran cosas concretas como el jamón o los rayos del sol. Esta vez echo en falta, simplemente, las palabras.