La puesta en marcha de la Dirección General de Cooperativas ha provocado que muchos levanten las espadas ante el rechazo a posibles integraciones con otras cooperativas de Extremadura, de otras partes de España o incluso con otras del mismo pueblo. Un localismo cerril que no es nuevo, que pasa largas temporadas hibernando debido a la escasez de motivación exterior pero que despierta rápidamente cuando hay enemigos en el frente que intentan perturbar su recelosa soledad.

Y así ha vuelto a suceder con este paso al frente de la Junta de Extremadura al abordar de una vez por todas el necesario proceso de integración de cooperativas de la región y fortalecer su posición en la comercialización de sus productos.

Pero este hecho no es más que la punta del iceberg de una roñosa y cicatera tradición que emana de lo más profundo de las mentalidades cerradas y avariciosas que no alcanzan a comprender las posibilidades que se despiertan entorno a una fusión total o parcial.

EJEMPLO de ello es el gran aceite virgen extra que podían estar produciendo en estos momentos en la comarca de Montánchez gracias a la unión de su producción y que por recelos a compartir virtudes para mejorar carencias han preferido arrinconar la iniciativa que en su día llevó a cabo el Grupo de Acción local Adismonta.

Aunque no es el único ejemplo de este perjuicio entre localidades que por otro lado afecta al cómputo regional de beneficios. Es el caso de las dos ferias ganaderas más importantes como son la de Zafra y Trujillo que ambas se celebran en la estación de otoño. Lo mismo sucede con otros muchos eventos culturales en el que unos pueblos y otros se pisan el talón al no contar tampoco con mediación por parte de la administración regional para gozar de una idónea distribución en las fechas.

Y es que después de 31 años de autonomía, los diferentes gobiernos siguen sin captar la esencia y necesidades de esta región que no puede gobernarse desde el centralismo de Mérida, desde el centralismo de las diputaciones de Cáceres y Badajoz, ni apoyarse sólo en las grandes ciudades por no decir sin una reivindicación real ante el Estado. Y es que una región extensa y con su población escasa y dispersa debe impulsar de una manera decidida una administración más cercana y directa. Las comarcas son para ello el vehículo más adecuado de gestión y transmisión de las necesidades de los ciudadanos.

De hecho, en la España Constitucional de las autonomías no hay una realidad geográfica, cultural, social y política más verdadera que las comarcas. En el caso extremeño, comarcas muy diferenciadas con características variopintas que precisan enfoques adaptados al ámbito socio-económico de cada territorio.

El día que veamos a un presidente de la Junta reuniéndose con todos los representantes de las comarcas podremos hablar del inicio de una gobernanza equitativa para toda Extremadura. Salvando las distancias y teniendo en cuenta que somos la región más empobrecida, hacen el mismo ejercicio en Moncloa con el Consejo de Política Fiscal y Financiera o cuando los barones regionales acuden a la llamada de Génova o Ferraz.

Por ello, el ejecutivo autonómico así como los diputados no pueden contribuir más a la prolongación de los localismos que a su vez favorecen la disolución del regionalismo como identidad económica y social. A decir verdad, en el caso de las cooperativas, nos va la vida en ello.

Medidas anunciadas como las rondas de Cáceres y Badajoz podrán conseguir el beneplácito del electorado de ambas ciudades o de aquellos que se beneficien de la actuación aunque por otro lado creará un agravio comparativo en otros muchos lugares que aún no disponen de una calidad mínima en sus comunicaciones. No podemos aplicar en la región la misma política que el Estado lleva a cabo hacia Extremadura. La solidaridad dentro de la comunidad será el mejor ejemplo con el que predicar.

Y es que visto lo visto con aquellas inversiones que dependen de Moncloa y que nosotros con nuestros propios presupuestos no podemos asumir en su totalidad, no queda más remedio que ejecutar inversiones que sigan vertebrando la región de norte a sur y de este a oeste. Nuestras migajas nunca serán suficientes para ejecutar al 100% las rondas de Badajoz y Cáceres o la Plataforma del Suroeste Ibérico. Lo que nosotros vamos a hacer en 5 años, el Estado lo hará en uno cuando se decida a ello. Y nosotros habremos aprovechado esos fondos para iniciar y concluir proyectos que sí podrán ser aprovechados por los ciudadanos. Por ello, las migajas localistas también deberían desaparecer del mapa de la acción política. Ese localismo mental que busca contentar a todas las partes finalmente acaba enfureciendo a otras muchas localidades. Un localismo, que volviendo a las andadas, puede ser el final de muchos pueblos que sólo desean caminar en solitario y sin la ayuda de nadie.