"Casi veinte siglos han pasado desde que, en tiempos de Trajano, el arquitecto Caius Iuliuis Lacer levantara sobre el caudaloso Tajo esta obra maestra, prototipo de los puentes de la época imperial". Así arranca el texto dedicado por Beatriz Terribas al puente de Alcántara, incluido en una selección de 33 puentes singulares de toda España publicada por el Ministerio de Fomento.

Esta selección también incluye al puente de Almaraz, del que María del Carmen Heredia apunta que "tiene una bella historia, y no sólo por el atrevimiento del maestro constructor, Pedro de Uría, de levantar un puente con sólo dos arcos para salvar un amplio vano, sino por su insistencia en sobrevivir frente a toda suerte de agresiones".

El relato dedicado al puente de Alcántara indica que responde a las premisas que para Vitrubio debían reunir todas las obras, esto es, "firmitas, utilitas, vetustas". También se destaca que las luces de los arcos principales (28,8 y 27,4 metros) son las máximas de los puentes romanos que se conservan. Esta estructura, fechada en el año 104, tiene una altura de 50 metros, "que podría parecer desproporcionada", pero que responde a un minucioso cálculo de Lacer sobre los cambios del caudal, lo que ha permitido que el agua nunca rebase el tablero.

En cuanto a la firmeza de su estructura, que es ratificada por la inscripción que su autor dejó grabada en el puente ("este puente durará mientras dure el mundo"), ha posibilitado que resista avatares como la Reconquista, Guerra de Sucesión y Guerra de la Independencia. Finalmente, entre 1856 y 1880 se llevó a cabo una reparación más completa, para reforzarse luego sus estructuras cuando se construyó el embalse de Alcántara.

Orden del emperador

En cuanto al de Almaraz, el relato apunta a que la iniciativa de su construcción, como paso del Tajo en la ruta Madrid-Lisboa, partió de Carlos I, que tuvo que cruzar por ahí en barca cuando fue de Toledo a Sevilla en 1526 para ratificar su matrimonio con Isabel de Portugal. Así, en 1533 ordena a Plasencia que se construya el paso.

La obra se financiaría mediante repartimientos de los gastos entre los pueblos que luego se iban a beneficiar de ella, sistema poco efectivo, y que demoró 20 años su terminación. Del puente se destaca su altura, casi 39 metros y, como en el caso anterior, la utilización de pocos arcos, sólo dos, para salvar un vano amplio, lo que les da luces de 42 y 33 metros.

También esta obra sufrió los avatares guerreros, y quedó prácticamente destruido en los albores del siglo XIX. Es decir, 300 años después se vuelve "al engorroso sistema de la barca tirada por una maroma".

A mediados del XIX se invierte un millón de reales de vellón para su reconstrucción. Desde entonces el puente ha mantenido su solidez, soportando incluso el paso de los transportes pesados que llevaron las piezas para la central de Almaraz.