Puerto Hurraco es una calle empinada y una cincuentena de casas mal contadas. No hay un alma por la calle. Sólo dos perros huérfanos de raza y collar que se cobijan de la lluvia inusual en un angosto callejón, el mismo ante el que cayeron asesinados nueve vecinos en 1990. El ruido metálico de los cerrojos anuncia la entrada de la noche. La neblina envuelve las lomas del valle y engulle al pueblo con sus 160 almas censadas. La carretera también se difumina hasta desaparecer. La quietud es absoluta, enigmática, turbadora.

La radio es la única compañía. Y la casualidad, caprichosa a veces, ha querido que Andrés Aberasturi entreviste esa noche borrascosa a Carlos Saura en RNE. La voz pausada del cineasta aragonés aflora por los altavoces del coche, mientras la lluvia ametralla el parabrisas. Acababa de estrenar El séptimo día , una película que trata de desenmarañar el odio y la violencia en la llamada España profunda. El director desvela que nunca estuvo en Puerto Hurraco. Y, visto lo visto, mejor que no vaya.

El día siguiente amanece soleado. El viento le gana la partida a las nubes. Las espigas de trigo se contonean al unísono. Por la cuesta desciende ligero Manuel Carrillo, de 60 años ya cumplidos, pariente de los Cabanillas, la familia que se llevó la peor parte aquella noche de sangre y resentimiento atesorado. Don Manuel fue testigo de cargo contra los dos asesinos apostados en el callejón: los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo. Gracias a su testimonio, los criminales, que hoy rondan los 70 años, cumplen condena de 688 años en la prisión de Badajoz.

"Sólo faltaba esta película para removerlo todo. Han pasado 14 años y todavía no lo hemos superado. Casi todos perdimos a algún familiar. No hay un día que no piense en el pobre Antonio (Cabanillas), que perdió a dos de sus tres hijas, Encarna y Antonia (de 12 y 14 años, respectivamente), asesinadas a tiros aquí enfrente", manifiesta Carrillo mientras da dos vueltas a la cerradura que abre el bar del centro social, ahora en obras.

Fusilamiento de dos niñas

Sólo se salvó María del Carmen Cabanillas, que tenía 15 años. La actriz Yohana Cobo, protagonista del film de Saura, desgrana la historia de María del Carmen (Isabel en la película).

Los Izquierdo (interpretados por Juan Diego y José Luis Gómez) llevaban dos horas apostados en el maldito callejón, según averiguó un tiempo después Carrillo, que hoy está que trina con Saura "por el poco rigor y el oportunismo". El testigo sigue contando que los criminales --"que actuaron con nocturnidad y alevosía", recalca-- dejaron su coche estacionado junto a la encina centenaria y cruzaron entre los olivos. Por esa zona anduvieron vigilantes a que terminara la misa dominical de las siete y media de la tarde, en la iglesia, que está en la entrada de la aldea, junto a la carretera de Castuera, enfrente del cementerio. Medio pueblo se citó, después, en el bar de la calle Carrera, la arteria principal.

Carrillo, exejecutivo en una empresa vasca, recuerda: "Se tomaron una coca-cola. Conversaron entre ellas. Echaron unas risas. Cerca de las diez de la noche abandonaron el bar. Nada más salir se escucharon cuatro o cinco disparos, que provenían del callejón. Yo, sinceramente, pensé que los chavales estaban tirando petardos".

Cuando Carrillo salió se encontró con dos niñas inmóviles y una tercera que se retorcía de dolor. La boca del callejón escupía fuego. Dos hombres rabiosos disparaban sus escopetas. Comenzaba una cacería muchas veces barruntada. Fueron 30 minutos largos de desenfreno criminal, media hora de envilecimiento humano sin precedentes.

Hasta aquí, la historia contada por Carlos Saura en El séptimo día parece arrancada de la realidad. El cineasta mitiga el dolor del espectador con escenas trepidantes y filtra los brochazos más oscuros hasta hacerlos desaparecer. A juicio de Carrillo y otros parroquianos del bar, la cámara de Saura comienza a desenfocar cuando trata de buscar las razones de tanta cerrilidad y fiereza.

Ni Puerto Hurraco tiene el tonto del pueblo, ni un enano que canta ópera, ni el matrimonio Cabanillas se separó, ni la madre abandonó el pueblo y se fue a Barcelona con su hija superviviente, ni existieron tantas desavenencias. Todo eso le reprochan en el pueblo.

En la calle del Chorrillo, en la parte alta de Puerto Hurraco, está la casa del matrimonio Cabanillas: Antonio y Carmen. Su hija, María del Carmen, está sólo de visita. Tiene los ojos chispeantes y la cara algo hinchada por el embarazo, que aún la aguapa más. La mujer, de 29 años, espera su segundo hijo para julio y no desea revivir el fusilamiento de sus hermanas. Sube a un coche verde y emprende camino hacia el hospital de Don Benito. Allí, su padre Antonio se recupera de una operación de hernia.

Carrillo, educadísimo, pide comprensión: "Tiene derecho a olvidar, aunque no la dejen. Dentro de lo que cabe, está bien. Ha sacado fuerzas para estudiar ingeniería". María del Carmen vive en Zalamea con su esposo Francisco, desde hace ocho años. Trabaja en Castuera.

Amor inconcluso

"Dicen que Dios hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó. Por eso las cosas más horribles ocurren en domingo. Mientras Dios duerme", son las palabras de su alter ego en la pantalla. María del Carmen es una pata pelá, que es como denominaban a los Cabanillas antes de que regresaran de hacer las américas en Cuba. Las rencillas entre habaneros y camariches --los Izquierdo-- se remontan a principios del siglo XX.

En la calle Carrera se encuentra intacta la casa de los Izquierdo quemada en 1984. Hace 20 años de ese hecho, que pudo causar los sucesos de 1990. Las persianas retorcidas por el fuego llaman la atención. En ese museo de horrores falleció Isabel, madre de los Izquierdo, a quien atribuyen un amor inconcluso con el abuelo Cabanillas. "No se meta en berenjenales. La justicia le dio carpetazo", advierte Carrillo, por primera vez enojado. En su película, Saura señala a Antonio Cabanillas como autor del incendio. Pero Carrillo lo exculpa: "Fue un accidente, nada más".

El habanero parecía tener motivos, ya que el mayor de los camariches, Jerónimo, mató a cuchilladas a Amadeo Cabanillas -- hermano de Antonio--, tras discutir por una linde. Tras cumplir condena, se mudó a Barcelona, pero regresó en 1984 para apuñalar de gravedad a Antonio, a quien culpó de la muerte de su madre. Dos años después fallecería en el psiquiátrico de Mérida.

Hoy están recluidas en él las presuntas instigadoras de los crímenes, Luciana (Victoria Abril) y Angela Izquierdo. Las dos hermanas reciben una misma llamada telefónica durante 14 años desde la cárcel de Badajoz. Es el cordón umbilical con los asesinos del callejón.