"Quiero a Quique en mi casa. No me entra en la cabeza que deba enterrarlo dos veces, pero es así. Es patético que me vea obligada a exhumar un cuerpo que está en Cáceres, porque las cenizas que tengo son las de un chico de Valencia de 30 años, al que todos los días le digo algo y al que quiero como si fuera de la familia". Con crudeza y una profunda indignación , Rosa Alvarez, la viuda del subteniente Joaquín Enrique Alvarez, una de las 62 víctimas del Yak-42, relata sus sensaciones pocos días antes de proceder a la exhumación del cadáver de su marido. El suyo es uno de los treinta cuerpos que los médicos españoles desplazados a Trabzon (Turquía) nunca llegaron a identificar.

Ahora, Rosa y sus hijas estarán presentes cuando se desentierre el féretro en el que se encuentra Joaquín Enrique. No quieren perder detalle alguno del proceso, aunque la viuda confiesa que no sabe cómo reaccionará en esos momentos. Luego, en Madrid, llegará lo "peor": la apertura del ataúd para extraer muestras de ADN y realizar nuevos test genéticos.

"No tengo miedo a que me engañen durante la exhumación, pero quiero estar ahí porque me sale de dentro. Parece ciencia ficción, pero por desgracia es realidad. Todos los días hablamos del tema y, de tanta pena que sientes, a veces hasta te ríes. Por muy espeluznante que parezca, tenían prisa en repatriarlos. Y luego les llamaron héroes y nos dieron la medalla y los diplomas... ¿Por qué nunca reconocieron su trabajo en vida?", apunta Rosa con una mezcla de rabia y tristeza contenida.

Esta asturiana afincada en Zaragoza se muestra convencida de que el día en que pueda llevar las cenizas de su marido a casa --piensa cremar el cuerpo--, logrará más "tranquilidad". Pero sabe que el dolor siempre le acompañará. "Ni olvido ni perdono. La forma de actuar de los médicos es imperdonable. Lo que siento ahora mismo es más que odio, porque los trataron como animales. Y a los militares que los identificaron les deseo el mismo dolor que llevo conmigo pero 62 veces más intenso", afirma.

La familia del subteniente ha pasado del silencio a la denuncia en pocos meses. A Rosa nunca le gustó en exceso criticar en público, pero las continuas "mentiras", como la falsificación de los certificados de defunción y las autopsias, le hicieron despertar . Ahora entiende por qué le prohibieron ver a su hija el cuerpo que les entregaron. "Es muy triste perder a un ser querido, pero este sufrimiento no te deja levantar cabeza", explica. Quizá el único consuelo que le queda es que los responsables de los errores pagan por lo ocurrido: "Trillo no puede decir que no sabía lo que pasaba. Está escondido detrás de su escaño, arropado por su partido. El exministro debe ir a la cárcel".

Eso sí. Rosa quiere comprobar si en el féretro están los objetos personales de su Quique, como argumentó el Ministerio de Defensa. Porque sólo recibió una esfera de reloj.