POR FRANCISCO ACEDO FERNANDEZ PEREIRA

TCtomo se dijo la semana pasada una campaña de críticas se está levantando en ciertos medios contra Francisco , que toma auge cada vez que toma una decisión que no satisface a ciertos sectores. Lo curioso es que, a diferencia de en pontificados anteriores, no es más vehemente en ámbitos ajenos a la Iglesia, sino que son sectores dentro de la misma quienes, dentro de un supuesto anonimato que no es tal, porque todos nos conocemos, las orquestan. No hablo ya sedevacantistas, cismáticos y fauna varia de ese corte o sectores situados en el extremo del modernismo, sino exponentes de ambientes ultramontanos, que camuflados con piel de oveja se han acercado al Papado con actitudes, en muchos casos, serviles y papólatras, mientras éste les ha servido para sus propios intereses.

Cuando cambian las tornas la adulación pública se torna en insulto travestido y no les importa tener detrás el apoyo de una instituciones u otras que nada tienen que ver entre sí y, además, no pueden verse entre ellas, según la conveniencia. Todo vale para intentar mantenerse. La zorra cambia de pelo, pero no de mañas.

De lo que estos sectores no se han dado cuenta es de la profunda transformación que la Iglesia está sufriendo, callada, silenciosa en muchos casos, pero es que la ropa sucia se lava en casa. No hablo de escándalos financieros o criminales, como el caso de la pederastia, en los que a Francisco , como a Benedicto XVI no le tiembla el pulso y no sólo pide disculpas, sino que depura responsabilidades con luz, taquígrafos y nombres sobre la mesa, sino de cuestiones eclesiales que raramente se conocen fuera de los ambientes de la clerecía. La reforma de la Curia está en marcha y los cambios son más que saludables, pero cuando todos se creían que ahí terminaban los cambios se han visto sorprendidos con las reformas del episcopado y el clero. De poco sirve reparar el tejado de la casa, si la estructura y los cimientos no se tocan.

La Iglesia es una institución de origen divino, pero constituida por humanos y en estos veinte siglos ha evolucionado desde las primeras comunidades cristianas tal y como recogen los Hechos de los Apóstoles, la Didaché y otras fuentes, hasta institucionalizarse con Constantino en el siglo IV y desarrollarse hasta la estructura que hoy conocemos. Pero detrás de los ropajes o la maquinaria está Cristo Jesús y la verdad revelada, que en cada momento histórico se ha manifestado de una forma, mejor o peor interpretada por quienes gobernaban la barca. Francisco desea una vuelta a los orígenes, como lo quiso San Francisco de Asís de quien tomó el nombre, la vuelta al mensaje más puro de la Escritura, sin renunciar a la Tradición y al Magisterio. El Espíritu así parece que lo ha querido y algunos se niegan a aceptarlo, quizá porque no asimilan que ha llegado su hora, que nuevos tiempos y nuevas formas nos esperan bajo un Pontificado que está sorprendiendo desde el primer día.