Uno de los objetivos fundamentales del plan de salud mental es acabar de una vez con la imagen de los psiquiátricos como manicomios, es decir, lugares donde se encerraba a aquellas personas que presentaban trastornos o retrasos mentales para quitarlos de la vista. Hace años que se inició esta tarea, transformando aquellos almacenes de locos en centros donde se apoyaba a los enfermos con terapias, talleres y actividades.

Sin embargo, persistía un obstáculo. Muchas internos presentaban cuadros clínicos compatibles con una integración social, aunque fuese siguiendo un tratamiento y llevando un control. El problema es que no tienen a nadie que se haga cargo de ellos. Han pasado su vida entre las paredes del psiquiátrico, y recibiendo, en ocho de cada diez casos, apenas una visita al año o ninguna. De este modo, en Plasencia la media de años de internamiento en los pacientes de larga estancia rondaría, según los estudios, los 20 años, y en Mérida más, casi los 40 años.

Los últimos datos señalan que el Psiquiátrico placentino cuenta con algo más de 200 pacientes, y el de Mérida con casi el doble. De ellos, y descontando los agudos y los de media estancia, quedaría como medio millar de fijos . En teoría, sólo el 5% de ellos aproximadamente necesita estar internado. Es decir, que, también en teoría, 475 de los enfermos actualmente ingresados podrían salir a la calle y hacer vida normal con los controles preceptivos y la atención necesaria.

Con todo, eso es sólo teoría. El pero que detectan los estudios realizados en ambos psiquiátricos es el mismo: las personas que no presentan cuadros que justifiquen ingresos de larga estancia llevan demasiado tiempo allí y están solos. Su único hogar es el hospital y no serían capaces de desenvolverse fuera. No se trata tanto de enfermedad mental como de dependencia. Por ello, con estas personas, y como reconoció la consejera María Jesús Mejuto, habrá que dejar que se cumpla el ciclo de la vida. Los que estén en condiciones de salir, saldrán, otros seguirán internos en pisos tutelados, pero muchos continuarán en el centro.

No se ve otra salida. Ya hubo experiencias, como el programa piloto Augusta, que trataba de reinsertar en la sociedad a personas que llevaban décadas internadas y a los que se trató de enseñar habilidades sociales para desenvolverse fuera. Primero se decoró un pabellón del Psiquiátrico de Mérida como si fuese una vivienda, esto es, con cocina, baños, sala de estar y dormitorios. A los pacientes se les sacaba a la ciudad para enseñarles a coger el autobús, hacer trámites administrativos, ir de compras, acudir al cine... La segunda fase fue llevarlos a pisos tutelados y continuar el programa, que culminaría con la creación de una empresa por y para ellos.

El problema es que este proyecto no se podía generalizar. Muchos internos rondan o superan los 60 años y se muestran reticentes a salir. Tienen miedo porque ya no reconocen el mundo de los cuerdos .

Por ello, el plan es que no haya más ingresos de este tipo, pero que los que están se queden. Allí permanecerán el tiempo que les queda de vida. De hecho, y como comenta en uno de los estudios, el horizonte es que las zonas de internamiento que queden en los psiquiátricos se transformen poco a poco en geriátricos.