Marta no lo pasa mal por nadie. Ya no.Pero hubo un tiempo en que sí. Cuando aguantaba que su marido desapareciera de casa sin avisar. Cuando le perdonaba que respondiera con insultos a la petición de explicaciones. Cuando le justificaba ante su familia y sus amigos por miedo a reconocer el error que fue casarse con él. Cuando tuvo que esquivar un golpe que pudo haber sido letal. Pero que fue el único.

"Si una quiere, se termina; hay que denunciar a la primera". Así lo hizo Marta y así lo cuenta ahora para intentar animar a otras mujeres en su misma situación a dar el paso. No es fácil. Ella lo sabe. De hecho, elige Marta como nombre ficticio para esconder su identidad y evita dar datos que puedan identificarla, porque él, años después de que su relación finalizara, continúa amenazándola. Hace poco intentó agredirla de nuevo y fue entonces cuando le ofrecieron la protección que aporta la teleasistencia.

Marta no lo duda un momento: es con la respuesta policial con la que se debe responder a las agresiones. "No responderle, no levantar la voz, hay que irse directamente a la Policía". Ahora ella tiene a los agentes a su disposición con solo pulsar un botón del móvil que le han facilitado. "Me han dicho que basta que se me acerque --tiene una orden de alejamiento-- para pulsarlo; aunque yo no diga nada, ellos ya escuchan lo que ocurre".

Con la experiencia que desafortunadamente ha acumulado (ella denunció a su marido hace muchos años), Marta valora especialmente las medidas de atención a las víctimas de la violencia de género puestas en marcha en los últimos tiempos: "por eso nadie debe pensárselo siquiera, hay que denunciar". Su única queja es tener que acordarse de él cada vez que coge el teléfono --"a ver por qué tengo yo qué pasar el mal rato, si es él quién se ha portado mal"--, pero enseguida aparta ese pensamiento y retoma su vida, su trabajo, su familia (que siempre la ha apoyado). Todo lo que ha construido sin él. Todo lo que no está dispuesta que le quite nadie. Porque Marta ya no lo pasa mal por nadie.