Veinticuatro horas al día, 365 días al año. Esa es la dedicación de quienes tiene un familiar con gran dependencia. Una labor sin tregua que condiciona la vida de los enfermos, y de sus familiares que a partir de ese momento ya no tendrán un momento de respiro. EL PERIODICO ha recogido testimonios de tres casos.

A Francisca Espadero la nueva Ley de Dependencia le llega tras doce años postrada en una silla como consecuencia de un infarto cerebral que dejó paralizada la mitad izquierda de su cuerpo. A sus 79 años, esta cacereña asegura que desde entonces necesita ayuda "las 24 horas del día". Por este motivo, considera que la nueva ley supone "un avance importante del que podrán beneficiarse muchas personas".

Su hermana Rosa, de 76 años y con la que siempre ha convivido, fue la encargada de atenderla en un principio, pero la edad y una dolencia pulmonar que la obligó a jubilarse hace más de 20 años no le convertían en la persona más adecuada para cuidarla constantemente. "Siempre hemos contado con la ayuda de todos los hermanos, pero ellos tienen sus familias y no pueden atender todas nuestras necesidades aunque continúan ocupándose de hacer algunas gestiones. En cuanto al día a día --explica Rosa-- no puedo ayudar a Francisca en tareas como levantarse de la cama, lavarse o ir al baño".

Finalmente ambas optaron por contratar a una persona que se ocupa de atender a Francisca y de hacer tareas básicas de la casa, de las que ellas no pueden ya ocuparse. "Viene de lunes a viernes, por las mañanas y se encarga de levantar a Francisca y arreglar la casa, hacernos la comida e incluso la compra", destaca Rosa.

Ayuda necesaria

Esta ayuda les supone un desembolso de más de 400 euros al mes, y aunque aseguran que lo hacen encantadas porque su asistenta casi forma parte ya de la familia, reconocen que "todo lo que suponga mejorar las ayudas a las personas que lo necesitan siempre hay que acogerlo con satisfacción." Así que zanjan "acogemos la nueva ley satisfechas y esperanzadas de que poco a poco se incrementen las prestaciones, no solo para aquellos que no podemos valernos, sino también para quienes nos atienden".

A Antonio Fernández la nueva ley le afecta por partida doble. Desde hace más de un año, Antonio y sus tres hermanos tuvieron que afrontar que a sus 87 años, con problemas de salud y una movilidad cada vez más reducida, su madre no podía vivir sola.

La única solución: turnarse cada dos meses para cuidarla. Las dificultades: demasiadas, comenzando por el choque que supone para una anciana tener que abandonar "su casa" y terminando por las responsabilidades laborales de los hijos, que no pueden adaptarse a los cuidados que una persona así necesita.

Por suerte, Antonio, maestro de profesión, cuenta con la ayuda de su esposa, cuya labor como ama de casa le permite suplir la ausencia de su marido durante las horas de trabajo. Pero es que, además, ambos tienen una hija discapacitada, que estudia en un colegio de la ONCE en Madrid.

"Vives con la preocupación constante de no saber que grado de autonomía va a alcanzar", explica Antonio. Según cuenta, desde que nació su hija la vida le cambió radicalmente: "La incertidumbre es terrible. No sabes dónde acudir, a qué colegio debes llevarla...".

Aunque aún no conoce bien la nueva normativa, este maestro, que a veces parece vivir por y para su hija, tiene la esperanza de que mejore las condiciones de un colectivo que tanto lo necesita. "No solo por los propios dependientes, sino también por los que estamos alrededor, ya que por muy bien que quieras enfocar este problema, a veces es imposible mantener el ánimo", señala.

Solo los que viven esta situación, pueden entender lo que significa, según Antonio. "Es muy duro no saber si algún día podrá valerse por sí misma, pero, a la vez, te aporta grandes satisfacciones, porque lo que va consiguiendo tiene un valor incalculable".

La familia de Carmen tuvo más suerte . Cuando ella comenzó a sufrir los estragos del Alzheimer, sus hijas tuvieron que organizarse para cuidarla a jornada completa, noche incluida. Cada semana una, cada tres semanas, turno: dejar marido e hijos, y mudarse a casa de su madre. Al menos tenían 15 días de respiro.

"Lo más duro es que no te reconozca. Allí, a su lado día y noche tienes mucho tiempo para imaginar lo que debe ser quedar sin memoria, no saber quién eres ni quién has sido", relata una de sus hijas, y añade: "Para nosotras es difícil, pero para ella es terrible".