Sábado por la mañana. Mi compañero alemán de piso y yo nos reunimos fortuitamente en la cocina para desayunar. El leyendo su Zeitung y comiendo lo que yo llamo comida de pájaro mezclada con yogur agrio. Yo, leyendo mi periódico digital mientras desayuno lo que él denomina "algo demasiado dulce como para tomarlo todas las mañanas". Entre café y café, mi compañero levanta la cabeza y ojea lo que estoy leyendo. Como sabe español --es increíble la enorme cantidad de alemanes que se desenvuelven sin problemas en castellano-- puede comprender las noticias que aparecen en mi ordenador. Después de leer unos segundos por encima de mi hombro, comenta en voz alta que hay muchos titulares sobre la crisis. Le respondo con un triste "sí, es un tema importante en España... Publican noticias sobre la crisis todos los días". Me miró sorprendido y exclamó "¡Todos los días! Qué locura...".

Desde que llegué a Alemania me he encontrado con algunos alemanes que veladamente me han dicho que están cansados de tener que darle dinero a los países sudeuropeos. Pero, antes de que empiecen a llover piedras en dirección al norte, tengo que decir que estos han sido la minoría. A la mayoría de alemanes que he conocido, que suelen tener estudios y haber viajado, directamente no les interesa demasiado la situación económica española. Saben que algo está ocurriendo y lo notan porque a Berlín no dejan de llegar oleadas de españoles con títulos universitarios buscando trabajo en cualquier lugar. Pero lo ven como algo ajeno, lejano, un poco irreal.

¿Son los alemanes insensibles? ¿Se merecen nuestro desprecio porque no les importa que las estemos pasando canutas? ¿Son los alemanes malos? La respuesta es un triple no. Los alemanes son humanos.

Hace dos semanas murieron cientos y cientos de personas tratando de llegar a Europa. En este caso fue cerca de Italia. En otras ocasiones ocurre en España. ¿Cuántas veces hemos vuelto a acordarnos de estas personas a lo largo de nuestra rutina diaria? ¿Ha pensado usted últimamente sobre qué habrá sido de los doce emigrantes desaparecidos el 16 de septiembre al volcar su patera en el estrecho de Gibraltar? No, no lo hemos hecho.

ANTES DE dedicarme a estudiar alemán como un loco, hice un máster en política internacional, lo que todavía no me ha servido para encontrar trabajo de lo mío (y lo que te rondaré...) pero sí me sirvió para saber que la mayoría de los emigrantes subsaharianos no sufren las mayores dificultades en el mar, sino en el camino desde sus países hasta el norte de Africa. Durante esa travesía de miles de kilómetros también son robados, violadas, apaleados, dejados a su suerte en medio del desierto o en campamentos inhumanos. Estudié el tema y comprendí que no se puede acabar con la inmigración ilegal levantando muros, movilizando patrullas marítimas, pagando a la policía marroquí para que detenga a los emigrantes, encerrándoles una vez que están aquí. Esta solución no ha funcionado.

El problema no se resuelve aquí, sino allí, mejorando las condiciones en sus países de origen. Por mucho que mueran por el camino, seguirán viniendo, porque allí no pueden quedarse. Los estudios también dicen que solo un tercio de los españoles consigue permanecer en Alemania después de los primeros meses, pero eso no ha provocado que el flujo de emigrantes españoles haya dejado de crecer. Y ya saben por qué, la razón sale publicada todos los días en nuestros periódicos. Ahora va una pregunta, ¿somos los votantes responsables de las políticas migratorias que establecen nuestros dirigentes?

El día que murieron cientos de personas ahogadas cerca de Lampedusa no lloré. Me pareció irreal, como una película. En cambio el día que conocí a los trabajadores de Karibu, una ONG madrileña que presta atención a millares de inmigrantes subsaharianos, me emocioné y decidí echarles una mano hasta que dejé España.

Una vez aquí, en Berlín, he recibido mucha ayuda de manos alemanas --papeleo, búsqueda piso, traducciones, sofás socorridos...--. No me ayudaron porque España tenga problemas económicos, sino porque yo en ese momento tenía un problema. Me ayudaron porque me conocían y me apreciaban. Ahora les voy a pedir un favor, pierdan un minuto preguntándole al chico de su barrio que vende La Farola de dónde viene. A veces, las barreras más altas son las que no se ven.