Laly y Andrés tienen familia numerosa. Yago, Gina, Zoe, Hanna, Kuma, Nobu, India, Inu, Ipo y Mío completan un hogar en el que viven los dos, seis perros y cuatro gatos. Siempre han sido amantes de los animales. Antes de conocerse, ambos ya convivían con sus propias mascotas: Andrés Montero, dos perros y Laly R. Lobo, dos perros y tres gatos. Luego fueron aumentando la familia. Cuando alguien hace mención a sus animales, hacen hincapié en la última incorporación, una pequeña labradora, y en Tete, el gato ‘abuelo’ que falleció hace no mucho a los 18 años y medio. Ellos personalizan aquello de que el ‘perro es el mejor amigo del hombre’. Reconocen con júbilo los estímulos positivos que genera vivir con animales. Eso sí, no ocultan entre sus cinco areneros -para sus gatos- que también dan «mucho trabajo», anota Laly con complicidad.

Aunque parezca difícil de creer, la armonía reina en casa. Los dos ya tienen experiencia. Llevan más dieciséis años inmersos en la educación canina en positivo, un modelo que no contempla «ni vejaciones ni castigos hacia el animal». Trabajan desde la etología, una rama de la ciencia y de la psicología experimental que analiza el comportamiento de los animales. Hace cuatro años, dieron el paso e inauguraron Can de Luna, un negocio con el que desarrollan técnicas de modificación conductual ‘en positivo’ para perros que presentan comportamientos conflictivos. «Consideramos al animal un ser emocional y social, capaz de aprender y mejorar sus actitudes relacionales a través de refuerzos positivos», apuntan. En algunos casos usan de manera complementaria terapias naturales.

El objetivo es «llegar al origen del conflicto»teniendo en cuenta las emociones para desarrollar las pautas de trabajo. «La agresividad es un síntoma de algo que le está pasando, estrés, miedo y nosotros intentamos averiguar de dónde surge», apunta Lali. Si el origen de su comportamiento es orgánico -físico-, derivan el caso al veterinario. Al hilo, Andrés recuerda uno de los episodios de ‘miedo extremo’ que han tratado y apunta esta misma semana recibieron a un perro de cinco años al que su propio veterinario mal diagnosticaba como agresivo. El argumento que le trasladaron, recoge Andrés, es que su responsable «lo mimaba demasiado». «El perro ni siquiera respondía a estímulos y solo salía a la calle una vez al mes», apostilla. El diagnóstico de los educadores es miedo. Ambos intentan cambiar ese miedo por confianza. Este método está muy relacionado “con la parentalidad en positivo”, añade Laly que es trabajadora social.

De manera paralela dirigen un aula en Don Álvaro, cerca de Mérida, en la que trabajan con animales y ofrecen formación a los que quieran formarse como adiestradores caninos. Ahora en verano -desde el 24 de junio al 1 de octubre- ofertan un curso de adiestramiento con profesionales del sector.

‘Canguros’ a domicilio

Como no tienen suficiente con sus animales y con las terapias, Lali y Andrés también se dedican a cuidar a perros a domicilio. Como una suerte de canguro de perros visitan a los animales dos veces al día, se encargan de supervisar que estén bien mientras sus dueños no están. Por el momento anotan hasta cuarenta domicilios cercanos a Mérida y de alrededores -Calamonte, Trujillanos- en los que en más de una ocasión hay hasta dos y tres perros. Destacan que la virtud de ofrecer servicios de ‘guardería’ casa por casa es que el animal no sufre el estrés de adaptarse a un nuevo entorno”. En cualquier caso, apuntan que decidir tener un animal siempre es una responsabilidad e insisten en que las «adopciones no se pueden hacer a la ligera», añaden. Desechan la teoría de la dominancia. "Comparar al perro con el lobo, es como comparar al humano con el chimpancé. Ambas son especies con un ancestro común, pero a día de hoy son muy diferentes ya que han evolucionado de manera distinta”, destacan. Apuestan por entender qué espacio pueden ofrecer los responsables y qué posición ocuparán los perros. El entendimiento entre ambos tiene que ser mutuo "para que exista una armonía en la convivencia".