TCtuenta el Wall Street Journal las penurias de un obrero de 38 años que ha decidido demandar a un médico por hacerle un tacto rectal sin su consentimiento. La vida está llena de tactos rectales, unos consentidos y otros, como el del obrero, a traición. Y no es que los consentidos sean menos dolorosos, no, es que no te pillan desprevenido. Recuerdo el día que visité una consulta en el hospital Virgen de la Montaña de Cáceres y dos médicos me anunciaron, sin traiciones, que me iban a realizar un tacto rectal. Automáticamente miré sus dedos. Los de la doctora eran delgados y parecían suaves, mientras que los del doctor eran auténticos morcones ibéricos. Es fácil adivinar que ella se limitó a mirar. En Cáceres hay cosas que no se pueden tocar, porque urgar en ellas es como hacer tactos rectales a traición. Y eso es lo que ha ocurrido con el Womad, que la consejera Leonor Flores ha metido el dedo, cual morcón multiétnico, en toda la llaga. El problema es que estas actividades crean adicción y se extienden de unos a otros. Es como lo de estallar las burbujas de los plásticos de embalar, si se empieza no se puede parar. Total, que una vez que uno mete el dedo lo meten todos. Y ahí están todos, Flores, la alcaldesa Carmen Heras , el Womad, el PP regional- con el dedito en ristre apuntando al que tienen al lado. Para explicar lo que está ocurriendo en Cáceres sólo hay que cambiar la expresión tacto rectal por otra más multifuncional, como Womad. Es decir, uno llega al hospital Virgen de la Montaña y dice: "Buenos días, me han citado para hacerme un Womad". A lo que los médicos responden: "Un Womad no, que no tiene suficiente calidad, le vamos a hacer un Extremad, que es parecido y no pilla a traición". A mí me daría cosilla, aunque fuera consentido.