Un joven de 25 años viaja a Islandia y no quiere quedarse en un hotel «aburrido». Envía mil e-mails en busca de alojamiento gratuito y más de cincuenta internautas le devuelven el correo con una respuesta afirmativa: te puedes quedar en el sofá. A cambio de nada. Ahí nació una idea que más tarde ha ido tomando forma. La hospitalidad ha generado una red con anfitriones en todo el mundo dispuestos a alojar a viajeros. Es lo que se conoce como couchsurfing (traducido al español significa surf de sofás).

La comunidad de couchsurfers ha ido creciendo exponencialmente con los años y el intercambio de alojamientos gratis se convierte en una alternativa de economía cada vez más demandada entre jóvenes y gente con ganas de compartir la realidad de otros. En Extremadura, esta práctica se afianza tímidamente, aunque aún sigue siendo minoritario. Dos extremeños ‘turistas de sofá’ relatan su experiencia en la plataforma. Los dos se llaman igual. Uno ha alojado a más de un centenar de personas en su casa de Almendral y otro, un joven de Badajoz, ha recorrido una decena de países a sus 27 años.

El primero, José Joaquín Pérez (Almendral, 1973), reside en un pueblo de poco más de 1.000 habitantes y desde 2009 ha dado cobijo a gente de Emiratos Árabes, Estados Unidos, Colombia, Francia, Portugal, Suecia o Rusia. El segundo, --también-- Joaquín Martín de Saavedra Rojas (Badajoz, 1990), ahora vive en Rumania con un proyecto del servicio de voluntariado europeo, pero antes ha recorrido Alemania, Bélgica, Polonia, Esolvenia, Bulgaria, Grecia, Turquía o Chipre, gracias a la economía colaborativa. Como la mayoría, empezó a usar la plataforma en 2012 para «ahorrar dinero y conocer a gente nueva». Entre viaje y viaje, recuerda anécdotas en Estambul, donde aguantó una escala de doce horas o un episodio en un viaje de Sofía a Belgrado cuando la política de migraciones en los Balcanes ya había recrudecido por el conflicto sirio.

Ambos coinciden en destacar la razón por la que usan este modelo. «Creo que es un recurso muy valioso para fomentar la cooperación entre culturas». Él mismo acogió a una joven de China que más tarde decidió vivir en Badajoz algunos meses «tras haber experimentado la hospitalidad de nuestra tierra», recuerda. El anfitrión de Almendral, que reconoce haber viajado también en ese formato «apunta que es más que un alojamiento gratuito». «Conoces a gente, es de las cosas bonitas de internet», resalta. También asevera que plataformas como esta «permite a gente ir a sitios que no aparecen en los mapas». En su caso, si no existiera, sería complicado que un viajero parara a descansar en la localidad en pleno corazón de Badajoz.

No obstante, el almendraleño apunta que a pesar de que han pasado ocho años desde que alojó a su primer huésped explicar que un desconocido se aloja en tu casa por nada es complicado. «Llama la atención», apunta.

El auge de lo colaborativo

Lo que ambos tienen claro también es que la manera de hacer turismo ha cambiado. El turista intenta vivir experiencias que no viviría un turista convencional. El más joven achaca este cambio a internet. «Actualmente es muy fácil encontrar recomendaciones», destaca.

Si bien es cierto, ya sea por interés o por dinero, el auge de lo colaborativo es una realidad. Aparte de Couchsurfing, existen plataformas para todos los gustos y con todas las posibilidades. Bewelcome es la aplicación paralela. Ofrece los mismos servicios de intercambio de alojamiento. Existe el Wwoofing, un movimiento mundial que hace trueque entre alojamiento y comida por trabajo; Shareyourmeal permite intercambiar comida y Thredup, la ropa. Ya con dinero de por medio, Eatwith permite comer un menú en casa de una familia; Airbnb busca alojamiento en una casa privada y Bla bla car o Uber hace lo propio, pero con el transporte.