Bolonia tiene dos hermosas torres, Garisenda y Asinelli. Una más alta que la otra, una más inclinada que la otra. Las escaleras de la torre visitable, la Asinelli, son rotulianamente demoledoras. Escalinatas minúsculas donde las instrucciones del relato de Julio Córtazar se hacen trizas. Y a jirones llegas a lo alto, oteas a lo lejos y esperas la invasión de los tártaros tras el desierto de Buzzati. Lo que no se puede ver desde allí arriba son los planes del futuro universitario. Conozco bien los entresijos de la ciudad. Pasé dos años de mi vida entre el café de Maurizio o las veladas musicales en la Cueva de la doctor Dixie Jazz Band . También recuerdo la facultades, lindas en esencia y ruinosas de aspecto. Recuerdo la vida universitaria, la focaccia más barata y los pases pernocta de mi trattoria preferida.

Ahora, para muchos, Bolonia suena a algo de proyecto, a Tony Leblanc pegándote el tocomocho con el timo de la estampita. A Jake la Motta dejándose tumbar por Sugar Ray Robinson . Tongos de todo a cien.

Y es aquí donde quería llegar. Durante la firma del plan de Bolonia, allá por el 1999, yo estaba estudiando, y siguiendo al pie la letra la canción de Rafaella Carrá , mucho más al sur, entre Nápoles y Palermo. En una especie de ciudad portuaria donde el campus universitario eran propiedad de alguna familia lacónica de ceño fruncido.

Por entonces nadie se interesó por esa firma. Nadie preguntó. Estábamos más preocupados en convalidar los créditos con nuestras universidades de origen que en saber qué pasaría en el 2010, en la odisea del universitario. Aquella Declaración pasó de soslayo por nuestro microcosmos. Ahora, quizás sea tarde, la implantación del proyecto está ahí, tan cerca como el paso del analógico al digital. Aunque opulentamente el destino lo convierta en una farsa más, algo así como pasar de la heroína a la metadona.

Federico Fellini decía que "la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural". Y es en ella, donde ahora vemos movilizaciones en contra y entrevistas a políticos de turno. Es ahora, en esa tele, donde el sistema cultural no pierde un ápice de su fracaso. Un espejo que recoge imágenes de cerca de una veintena de agentes intentando disuadir a los alumnos pacíficamente manifestados. Solo claman al rectorado una plegaria; ¿Qué demonios es el Plan Bolonia?

Una cosa está clara, el plan entrará en vigor en menos de dos años. Hablaremos de grados y no licenciados. La matrícula de los cursos rondará entre los 1.000 y 3.000 euros. Y la manera de financiarlos se asemeja a la actual de los prestamos bancarios, a devolverlo durante la inserción laboral en vida. Esto último suena a ko técnico, como aquella escena de la película de Scorsese que jamás olvidaré. Sentadito en la butaca de la Cinemateca Lumiere de la ciudad italiana, sin parpadear, un púgil italiano tras una paliza de órdago, y sujetándose a las cuerdas del cuadrilátero, le susurraba al oído del contrincante, que todavía nadie le había tirado a la lona. Perdió por puntos, nunca le tumbaron.