¿Puede alguien imaginar que deportistas de la talla de Pau Gasol, Rafa Nadal, Alberto Contador, Fernando Alonso, Dani Pedrosa, Leo Messi o Iker Casillas vayan por la calle y nadie les reconozca? ¿O, dicho de otra manera, sabe el lector quiénes son José María Alonso Martínez, Francisco José Ferrer Guardiola, Antonio Jesús Gutiérrez Santiago, José Ignacio Sánchez-Heredero García, Moisés Roca Rubira, César Piquer Martínez e Ildefonso Martínez-Pardo González?

Si la respuesta a la primera pregunta es no, la respuesta a la segunda demuestra que siete ases de la aviación y del deporte, que están a la altura de aquéllos, pasan a diario perfectamente desapercibidos en nuestra sociedad. Son los siete hombres que integran en 2010 la Patrulla Aguila, siete campeones --junto con otros dos pilotos de reserva-- que realizan un trabajo de primer nivel internacional, asumiendo un riesgo muy importante pero sin disfrutar de la popularidad ni de los elevadísimos ingresos de los deportistas citados, a pesar de que ninguno les supera en nivel ni les iguala en poder de convocatoria. Una estrella del fútbol puede congregar en el estadio todo lo más a un centenar de millares de espectadores. Pero los espectadores que congrega la Patrulla Aguila pueden llenar varias veces el mayor estadio del mundo. Porque ningún deportista es capaz de arrastrar, en sus actuaciones, cifras de público que normalmente sobrepasan las 300.000 personas, alcanzando, con frecuencia, el millón.

Pero estos profesionales no lo hacen por fama ni por dinero, sino por su fuerte vocación militar orientada a la defensa de España y por su pasión por la aviación, que les ha llevado a convertirse en pilotos de combate, en profesores de su especialidad, y en pilotos acrobáticos de los mejores del mundo.

Un cuarto de siglo

Antes de la Patrulla Aguila existieron en España otras formaciones acrobáticas militares. El primer precedente es la Patrulla de la Escuela Básica de Matacán (Salamanca), creada en 1954. Posteriormente surgieron otras, como la Patrulla de la Base Aérea de Talavera la Real, la de la Base Aérea de Los Llanos (Albacete) y, especialmente, la Patrulla Ascua de la Base Aérea de Manises (Valencia), con aviones F-86 Sabre y un espíritu similar al de la definitiva Patrulla Aguila. La Patrulla Ascua realizó muchas exhibiciones nacionales e internacionales entre los años 1956 y 1965, hasta su disolución.

En 1985 surge una nueva, la actual Aguila, cuya experiencia supera hoy las 20.000 horas de vuelo y centenares de eventos por todo el mundo, con gran éxito. La Patrulla Aguila perpetúa la memoria de la mítica Patrulla Ascua; incluso la decoración de sus aviones, con motivos ígneos, en rojo y amarillo, sobre fondo blanco, está inspirada en la de los "sabres" de ésta.

El 4 de junio de 1985, con sólo cinco aviones CASA C101 Aviojet, la Patrulla Aguila realizó el primer entrenamiento de su historia. Las primeras exhibiciones tuvieron un notable éxito, aumentándo a seis el número de aviones e incorporándoles un generador de humo blanco. Finalmente, en abril de 1988 la patrulla realizó su primera exhibición con siete aviones.

Preparación

Es domingo. A las 11 horas recibo la llamada que estoy esperando de Bayardo Abós, el jefe de la Patrulla, pacense como yo. Poco después me incorporo al autobús donde el grupo de pilotos se traslada a la base aeronaval de Rota, para preparar la exhibición que está anunciada sobre la playa de la Victoria, en Cádiz. Desde primera hora de la mañana, millares de automóviles colapsan las entradas de la capital gaditana, con personas que acuden de todo el sur andaluz. A la hora del espectáculo se habrán congregado más de 300.000 personas en las playas y observatorios de la ciudad.

Traspasamos el control de entrada de la base y nos dirigimos al hangar nº 7 del sector español. En el estacionamiento exterior hay media docena de Harrier, el avión de despegue vertical de la Armada española, y otro par de ellos están dentro del inmenso perímetro cubierto. Los pilotos caminan tranquilos, como si no estuvieran a punto de jugarse una vez más la vida, mientras la veintena de mecánicos y ayudantes que siempre les acompañan, se arremolinan en la entrada, esperando para revisar por última vez antes del vuelo los inconfundibles aviones de la Patrulla, estacionados en formación junto a los Harrier de fuera.

Los pilotos se reúnen con el jefe del grupo en la sala de briefing. Durante 30 minutos, y guiados por la voz del jefe, los pilotos visualizan mentalmente todos los movimientos y evoluciones de la exhibición, contestando con voces rápidas y concertadas, amenes que secundan las jaculatorias aéreas del director.

Revisada la tabla, salimos al exterior del hangar. Los pilotos visten el uniforme azul eléctrico de vuelo, con el emblema de la patrulla y el nombre de cada uno cosidos en el pecho. Los mecánicos y ayudantes visten de gris. Se nota, entre todos ellos un clima extraordinario de fraternidad. Todos saben que las vidas de los que van a volar dependen de la labor de todo el grupo, y de manera muy importante, de los técnicos que permanecen en tierra.

La mañana es fantástica y el cielo está azul. Los pilotos se dirigen a sus aviones, alrededor de los cuales pululan los mecánicos. Con un ritual medido, cada piloto da la vuelta alrededor de su avión, revisando sus mecanismos exteriores, los flaps, las ruedas, acariciándoles su piel de acero. Es un momento de concentración para el último vistazo. Finalmente se colocan las prendas de vuelo sobre los uniformes azules, el chaleco salvavidas, la faja y las perneras y, cuando suben a la diminuta cabina, el casco y la mascarilla del respirador. Las carlingas se cierran y los aviones, uno detrás de otro, enfilan la cabecera de la pista de