«Es una veterinaria de choque, muy básica, pero a la vez muy exigente y que nos requiere estar al día. Y, por otro lado, es una tremenda experiencia humana». Son los dos motivos que arguye Joaquín Rey, profesor de Patología Infecciosa de la Facultad de Veterinaria de la Uex, para enrolarse por segunda vez en este proyecto de cooperación de la universidad y las tropas españolas desplazadas a Líbano. «La universidad se ha mostrado en todo momento sensible a la iniciativa», destaca.

Los datos no dejan lugar a dudas de la intensidad del trabajo que están llevando a cabo en jornadas maratonianas. En la semana que llevan en la zona sur del país (la de responsabilidad española), se ha trabajado en 76 explotaciones de 10 localidades, chequeándose 586 vacas, 10.225 pequeños rumiantes, 67.954 gallinas y 48 perros, principalmente con cuadros carenciales, diarreicos, neumónicos y parasitarios relacionados con problemas higiénicos, zootécnicos y alimentarios. «En lo que queda de proyecto pensamos al menos duplicar estos datos ya que vamos a hacer extensivo este trabajo a otras zonas del sur del Líbano, bajo la influencia de los batallones nepalíes e indonesios», explica el profesor.

«Es una experiencia doblemente enriquecedora», valora Rey. En lo profesional, les obliga a actuar con rapidez y precisión en problemas «que nunca has visto o que dejaste de ver hace mucho tiempo, como la fiebre aftosa». Y en lo humano, «te encuentras personas con religiones, situaciones económicas y valores muy distintos a los tuyos, pero con las que te sientes tremendamente cercano. Cuando hablas con ellas te das cuenta que tienen tus mismas ilusiones y miedos. Puede parecer una obviedad, pero para mí es lo más importante», razona.

Junto a Rey participan otros cuatro profesores de la misma facultad (Juan Enrique Pérez, experto en Parasitología; María Reyes, investigadora y directora del animalario; Jorge Valle y Emilio Mateos, especialistas en Microbiología; y la alumna Cristina Carracedo) en esta segunda expedición a la zona tras la misión de 2014, también con las tropas extremeñas en Líbano.

La rutina diaria no varía mucho: madrugar, desayuno, cargar y organizar los coches (han llevado material quirúrgico y medicinas por 25.000 euros, aportados por particulares, entidades e instituciones públicas) e iniciar la ruta, siempre en vehículos blindados y acompañados por una escolta de la base y por traductores locales que Naciones Unidas ha puesto a su disposición. «Tras llegar al pueblo, contactamos con el alcalde o mustá local, que nos asigna un guía que nos acompaña a cada una de las explotaciones», explica el profesor. Y, ocasionalmente, al atardecer, aprovechan para dar charlas sobre aspectos muy básicos del cuidado animal. Al finalizar el proyecto, remitirán al Ministerio de Agricultura libanés un informe con sus conclusiones y la evolución detectada desde la visita de hace cuatro años.

Gratitud

Su campo de trabajo es una zona fértil, con abundantes regadíos, aunque con unas enormes carencias sanitarias porque la población, que ha sido tradicionalmente nómada, desconoce cómo atender las vacas, cerdos o gallinas que ahora tienen. En la mayoría de los casos, además, la población tiene unos pocos animales y una situación económica precaria que no les permite comprar medicinas o desinfectantes.

«La gratitud hacia nosotros es inmediata, por pequeña que sea nuestra aportación, y eso para nosotros es muy estimulante» reconoce el veterinario; aunque es cierto que la aceptación varía en función de la zona y sobre todo, de la religión imperante. «No en todos los sitios tienen la misma afinidad por los que estamos desarrollando este trabajo, y eso hay que respetarlo y tenerlo muy en cuenta a la hora de acercarnos a ellos».