Son los primeros días del otoño y en buena parte de los bosques extremeños se oye la bronca llamada de los ciervos. La berrea ha empezado. Uno de los animales más emblemáticos de nuestros campos hace notar su presencia cumpliendo un ritual que se repite cada año. Comienzan los impetuosos amores de los ciervos con su harén de hembras conquistadas con coraje tras luchas, a veces sangrientas, con otros venados.

En las últimas horas de la tarde, cuando el sol comienza a esconderse tiñendo de tonos anaranjados el horizonte, los grupos de ciervos van perdiendo parte de su temor, abandonan sus encames diurnos y van saliendo a zonas más abiertas desde las manchas de vegetación. Aquí será más fácil verles, y el mugido, antes solo un ruido procedente del matorral, se convierte en un precioso espectáculo cuando los ciervos machos estiran su cuello y lanzan sus cuernas al cielo hasta colocarlas paralelas al suelo; abren la boca y el viento recoge su bramido.

Es un espectáculo inolvidable y digno de ser vivido, por eso los empresarios han decidido este año hacer una llamada a los turistas ofreciendo paquetes que incluyen alojamiento, comidas y, como no, la visita a las zonas en las que es posible vivir la berrea (www.debureo.es ). Los precios oscilan entre 79 y 123 euros por persona con alojamientos en Torrejón El Rubio y Romangordo. La Sierra de San Pedro, Monfragüe y Cíjara, son algunos de los parajes en los que la berrea es uno los momentos para disfrutar la naturaleza en todo su esplendor.

Cuaderno de campo

Pero comencemos la ruta que nos conduce hacia uno de los escenarios de la berrea. Salimos desde Cáceres hacia Monfragüe sobre las cinco de la tarde, y una hora después ya estamos en el parque. Durante el camino hasta Torrejón podemos ver y comentar el bajo nivel del Almonte y la mala calidad de sus aguas; los puentes de Don Francisco construidos en la confluencia del Almonte y del Tamuja que, a menudo invisibles bajo la cola del embalse, ahora pueden verse en su totalidad, el color de las copas de las encinas como efecto de la dura estación estival que hemos sufrido; hablamos de la dehesa, que apenas tiene pastos, ni siquiera los cardos han podido aguantar la presión del ganado que no ha tenido nada mejor que llevarse a la boca. Cierto es que no parece la mejor tarde para intentar vivir una berrea. Tres fotógrafos intentarán conseguir esas fotos, tan seguras otras veces pero que este año se nos presentan bastante complicadas. El director-conservador del parque nos va a acompañar y esa es nuestra mayor garantía. Perfecto conocedor de Monfragüe y su entorno, será nuestro guía en esta ocasión.

Tomamos camino hacia Valero, una de las fincas del parque que es gestionada de manera ejemplar por sus propietarios y que desde el punto de vista cinegético es de las más importantes de Extremadura.

Una charca artificial creada para que beba el ganado nos depara nuestra primera grata sorpresa: un bando de ánades reales, todos machos, se levanta a la par que las ráfagas de las cámaras de los fotógrafos intentan evitar el polvo que levanta el vehículo. Casi sin reponernos aún, un grupo de nueve perdices corren desde la carreta a cobijarse en la espesura.

Llegamos a Valero y no tardamos en ver los primeros grupos de ciervos, manadas de ciervas y algunos machos. El sol está empezando a caer y sabemos que ahora es el mejor momento para ver los venados; sus costumbres crepusculares o nocturnas hacen que su actividad aumente a medida que la luz va disminuyendo. Esto, evidentemente, supone un problema para captar las imágenes. Seguimos andando y en el camino, delante de nosotros, a escasos setenta metros, un ciervo macho parece desafiarnos y lanza al viento un bramido que a buen seguro intimidaría a cualquiera de sus congéneres y que también a nosotros pretende advertirnos de su territorialidad.

Solo uno de los fotógrafos se muestra satisfecho de la imagencaptada. Varios grupos más, imágenes que se graban y revisan; parece que el objetivo de poder ilustrar esta información está conseguido.

Cuando ya parece imposible obtener ninguna otra imagen puesto que la luz disminuye rápidamente, dos machos y un grupo de hembras que parecen no advertir nuestra presencia empiezan a bramar y a mirarse desafiantes, haciéndose los primeros valer ante las segundas y, convertidos en adversarios, comienzan las amenazas. Todos esperamos que los dos machos entren en lucha para medir sus fuerzas con carreras circulares entre ellos, que berreen de nuevo hasta que uno de ellos acepte el liderazgo del otro y se aleje de la manada, despacio, como sin querer hacer ruido.

En este momento me viene a la mente que un reciente estudio sobre los ciervos llevado a cabo por investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales, dependiente del CSIC, ha puesto de manifiesto que el tamaño y la complejidad de la cornamenta de los ciervos guarda una relación directamente proporcional con su fertilidad. Al mismo tiempo han conseguido determinar por primera vez que factores determinan la fertilidad en los machos de ciervos: el número de espermatozoides producidos y la velocidad a la que estos nadan, indicadores probablemente extrapolables a otros mamíferos , incluidos los humanos.

También sonrío por muchas creencias erróneas acerca de los ciervos que son compartidas por una buena parte de la ciudadanía y transmitidas como si de una realidad se tratara. La más común de ellas es que cada año la cuerna de los machos tendrá una punta más. Cazadores, naturalistas y guardas, saben que el número de puntas de una cuerna está condicionado por la edad, alimentación, nutrición y otros factores.

Regreso a casa

La luna, que está creciente, se ha ido mostrando a medida que el sol ha ido desapareciendo, y desde un otero hemos decido pararnos a escuchar el viento. El espectáculo resulta conmovedor, los cerros ocultos se hacen presentes por el sonido de los viejos machos, las distancias en la noche se miden por el volumen de los bramidos que nos llegan; parece que nos encontramos rodeados de ciervos por todas partes y que su actividad ha subido de tono al mismo tiempo que la luna.

Emprendemos el regreso con otra sorpresa, sobre la tierra extraída para hacer una charca se aprecia perfectamente la silueta de un jabalí que baja la inclinada pendiente para meterse en el agua. Nos acercamos con sigilo y descubrimos que no está solo, otro jabalí se embadurna de barro dentro del lodazal. No nos acercamos más para evitar asustarlos y los dos nos deleitan durante un largo rato. Después se marchan despacio hasta perderse entre lentiscos y labiérnagos.

Llega el guarda de Valero, quien amablemente nos saluda y pregunta cómo se ha dado la tarde. Pero parece conocer todo lo que nos ha pasado, cuenta algunas anécdotas que ha vivido en los últimos días y nos da una magnífica lección de la sabiduría de las gentes del campo para comprender e interpretar la naturaleza.

Sin ganas nos marchamos aunque el camino aún nos deparará otras emociones, liebres y conejos se concentran en el camino y las cunetas para aprovechar la escasa hierba que ha comenzado a crecer tras las últimas lluvias-, la carretera, los riberos del Almonte y, al fondo, Cáceres, una ciudad que se ha expandido y que es perfectamente visible con las luces.

Decía Marcelo Rivas Mateos, el ilustre botánico serradillano, acerca de la naturaleza de la comunidad de Extremadura: No hay pluma capaz de describir esto, y quien lo intentara se quedaría en meras manifestaciones de entusiasmo . Pues eso.