Era previsible, tras hacerse público el informe sobre la lista de espera, que los responsables del asunto público salieran a la palestra ante los números ciertamente preocupantes que presentan del año 2004.

Me viene a la memoria que allá por mediados del 2002, con las listas en los cajones de los antecesores y por aquello de la teoría de la inferencia, se me ocurrió citar a un tal Balmes --filósofo para más señas-- diciendo: "Si la cosa estaba tan mal, la solución es fácil y con medios y poco esfuerzo debe mejorar".

Sin duda, la disminución en las esperas para acudir a ciertos especialistas conlleva un aumento de las esperas en pruebas diagnósticas y quirúrgicas y, dado el número de intervenciones, sólo 278 más que el año anterior, se pone de manifiesto que el sistema está saturado con los medios que dispone actualmente. Pues bien, han pasado dos años y seguro que el esfuerzo ha sido notable. Cierto que la productividad variable se ha modificado, las mal denominadas peonadas --aunque algunos digan lo contrario-- no han desaparecido en su totalidad y los conciertos con clínicas privadas siguen realizándose, a pesar de que para acabar con las esperas no se necesita la sanidad privada, según otros. Y si así fuese: ¿Cómo explicar la futura ley reguladora de los plazos de tiempos de espera?

Pero la cruda y dura realidad nos pone ante los ojos otra situación, no deseable, pero con la que hemos de convivir porque la sanidad que tenemos es connatural con la lista de espera. Así es y así seguirá, a pesar de las plañideras, aunque intentando mantener siempre un equilibrio a todas luces difícil.