El guapo, díscolo y veloz James Hunt se mofaba en cada 'paddock', en cada entrevista, de losdientes hacia fuera de Niki Lauda, de la profesionalidad del austríaco, de su dedicación al deporte, incluso le tildó de "gallina"cuando exigía a los organizadores de los grandes premios más seguridad en los circuitos apoyando las tesis del entonces ya tricampeón Jackie Stewart.

Aquel 1976 se había calentado como nunca antes entre el juerguista piloto inglés de McLaren y el concienzudo austríaco de Ferrari. El Mundial de F-1 había vivido ya desenlaces en la última carrera desde sus inicios, como aquel apasionante duelo de 1951, entre Juan Manuel Fangio y Alberto Ascari, en Pedralbes. Y seguirían decidiéndose títulos en la última cita, como la de este domingo en Abu Dabi. Pero el final de los finales fue aquel de 1976, cuyo épico desenlace comenzó a escribirse meses antes, durante el verano, en el GP de Alemania, en Nurburgring.

UN EJEMPLO DE CORAJE

Lauda pudo leer en una pancarta como le llamaban 'chicken', unas curvas antes de su dantesco accidente en el viejo y terrorífico Nurburgring, de 22 kilómetros de largo. Le sacaron de los amasijos de su Ferrari envuelto en llamas. Esa misma noche, la del 1 de agosto, en el hospital de Adenau, Lauda había recibido la extremaunción. Daniele Audetto, director deportivo de Maranello, llamó a Enzo Ferrari para comunicarle que el fatal desenlace estaba próximo. 'Il Commendatore' le ordenó contratar, de inmediato, a Emerson Fittipaldi, campeón el año antes. Esa misma noche comenzó la leyenda de Lauda, de su férreo espíritu.

Ferrari le había dado por muerto, y cuando sobrevivió, dio el título por perdido. Se negaba a creer que Lauda pudiera regresar a las pistas tres carreras después, justo en Italia. Lauda afrontó una experiencia brutal. Cuando se quitaba el casco, la balaclava aparecía llena de sangre y vómitos. Con el aspecto de un moribundo, Lauda no dejaba de sufrir brotes de pánico cuando superaba los 300 kms/h. en Monza. Terminó cuarto, Hunt ganó las dos siguientes carreras y el austríaco llegó, con solo tres puntos de ventaja, a la última cita de la temporada: Fuji (Japón).

Jamás la F-1 había vibrado tanto como ante aquel final del 76. El ya mítico Barry Sheene, tan juerguista y temerario como Hunt, acababa de lograr su primer Mundial de 500cc y, cómo no, acompañó a su amigo a Japón. Fue él, su compañero de habitación y fiestas, quien desveló que Hunt había mantenido relaciones con más 30 azafatas en su hotel de Tokio en las dos semanas previas al gran premio. El piloto de McLaren llevaba bordado en su mono 'el sexo es el desayuno de los campeones'. Hunt era insaciable, hasta el extremo de que Patrick Head, jefe de Williams, tuvo que echarle de su box, pegadito al de McLaren, porque pretendía hacer el amor con una azafata japonesa la misma mañana de la carrera.

UN GRAN PREMIO TERRORÍFICO

La oscuridad y el impresionante aguacero provocaron los peores demonios en la mente de Lauda. El inicio de la carrera se retrasaba y muchos pilotos se negaban a correr en aquella condiciones. Pero su protesta no sirvió de nada ante la presión mediática liderada por Bernie Ecclestone, cómo no, que aún era, además, el patrón del equipo Brabham. Todo por la audiencia era el lema.

Emerson Fittipaldi y Carlos Pace se pararon nada más comenzar la carrera. "No se puede correr así", dijo el brasileño. Lauda fue el siguiente en abandonar. El austríaco se detuvo en la segunda vuelta, cuando marchaba 16º. Tras su accidente, Lauda se había quedado sin pestañas y con los lagrimales dañados, muy dañados. No podía parpadear ni ver adecuadamente frente al diluvio que caía. Y, sí, los demonios emergieron en su cerebro. Mauro Forghieri, su director técnico, se acercó a Lauda al llegar al box y encontró la respuesta adecuada del austriaco: "En la vida, Mauro, hay cosas más importantes que un título de F-1". Forghieri le ofreció justificar el abandono por un fallo mecánico. Lauda se negó con una honestidad brutal.

'Lauda out' rezaba la pizarra que le mostraron, desde el muro, a Hunt. Ya no tenía a su rival en pista, pero nada estaba ganado aún. Tras una fantástica salida, Hunt era líder, pero dejó de llover a mitad de carrera y la pista comenzó a secarse. Los neumáticos del McLaren se degradaron. Patrick Depailler y Andretti adelantaron al británico, que comenzaba a perder posiciones. En McLaren no sabían qué hacer y, desde el muro, no dieron indicación alguna a Hunt. Entonces no había ni radio ni GPS para el seguimiento en pista. El británico estaba totalmente desconcertado por la gestión de su equipo desde boxes. A solo cinco del final, acabó por reventar el neumático delantero izquierdo de su M23. En el box de Ferrari saltaban de alegría creyendo el Mundial ganado. Ni hablar. Hunt tuvo la increíble fortuna de pinchar en la última curva del circuito y pudo entrar directo a boxes. Los mecánicos tardaron 27 segundos en cambiar las ruedas (Red Bull tiene ahora el récord en solo 2 segundos) y el británico volvió a la pista sin saber qué posición ocupaba.

"Quinto", le dijo el equipo en la siguiente vuelta. Pero él había dejado de mirar al muro hacía muchas vueltas. Ciego en su remontada enloquecida, llegó hasta a Clay Regazzoni y Alan Jones, a quienes adelantó simultáneamente como un kamikaze. Ya era tercero, pero no lo sabía y pilotaba angustiado por superar a quien rodara por delante. Cuando cayó la bandera a cuadros ignoraba qué puesto ocupaba y, mucho menos, que era campeón.

HUNT SE ENTERÓ EL ÚLTIMO

Mientras tanto, Lauda iba camino del aeropuerto de Narita en un Rolls Royce que la organización había puesto a su disposición. Se enteró por la radio del coche que Hunt había ganado finalmente el título.

Hunt abandonó su monoplaza y se fue corriendo enfurecido a por Teddy Mayer, el director deportivo de McLaren, para agredirle por su pésima gestión de la carrera. Pero alguien le avisó de que era campeón por un solo punto: 69-68.

"Me voy a emborrachar ahora mismo ¡ya!", respondió Hunt a la televisión británica, poco después de fumarse el primero de muchos cigarrillos, como acostumbraba a hacer tras cada gran premio.