Alex de la Iglesia dice que no se le nota. Pero sí se le nota. Ha perdido 30 kilos. Ayer se olvidó del chándal y de la camiseta y lució un traje de chaqueta (corbata incluida) para presentar Payasos en la lavadora, una novela que publicó en 1996 y que Seix Barral ha reeditado. El texto es una orgía de demencia en la que el cineasta se retrata a sí mismo como un poeta que sufre el caótico y violento Bilbao de los 90, una época en la que "lo normal" era esquivar pelotas de goma. Han pasado 14 años. ¿Se ha convertido Alex de la Iglesia en una persona más sabia, menos rabiosa? No. "Solo soy más viejo. Soy más perro apaleado", sentenció.

Los años pasan, pero al director le siguen dando asco y pena las mismas cosas que antes. Especialmente, la costumbre de "pisar al otro", así como la "mezquindad y el cretinismo de las personas que llevan el cotarro". Todo tipo de cotarro, aclaró. El político, el cultural y el social.

A sus 43 años, el director vasco cree que lo mejor de sí mismo es la suerte que tiene de poder hacer cine, algo vetado para muchos colegas. De la Iglesia se ha convertido en el director español más taquillero con Los crímenes de Oxford y ahora está ultimando la que será la película más cara del cine patrio: La marca amarilla, con Hugh Laurie (el doctor House) y Kiefer Sutherland (el agente Bauer de 24 ).

Lo peor del paso del tiempo, sin embargo, es que los años le han dado al cineasta una "increíble capacidad para ser hipócrita". El mundo ha cambiado desde que De la Iglesia escribió el libro. No digamos desde que el director era un niño que salía del colegio y se encontraba casquillos de bala en la tienda de las chuches después de un tiroteo entre la policía y "supuestos etarras".

"Ya no hay pesetas. El terrorismo --afirma el cineasta en el libro-- no es lo que era. Y los autobuses en llamas han dejado de ser una costumbre popular". Sin embargo, el libro Payasos en la lavadora sigue teniendo sentido actualmente. "Releyéndolo se me antoja muy aleccionador", concluyó De la Iglesia.