Cuenta la leyenda que cuando Stefani Joanne Angelina Germanotta (Nueva York, 1986) decidió pasarse al dance y convertirse en Lady Gaga corría el 2006. Y por aquel entonces, lo más cool que tenía eran unos pantalones de pitillo y algún corpiño burlesque que llevaba a la lavandería cada vez que le tiraban cerveza en los clubs de Nueva York donde solía actuar.

El resto ya es historia: que dejó de lado el rock y que empezó a subrayar con boli rojo frases de Andy Warhol que iba encontrando aquí y allá, del corte uno es famoso antes de que los demás lo sepan, la imagen es el todo y otros credos posmodernos. La apuesta estaba en marcha: sobre el estigma de la chica rara-narizotas-entrada-en-kilos que le había caído en el instituto empezaría a construir ese personaje de ficción que ella ha calificado de monstruo . Un monstruo mutante, icónico, extravagante hasta el paroxismo, humorístico y sexualmente indefinido que ha construido en solo dos años gracias a la moda y a un equipo de estilistas, y que esta semana ha dado pruebas de poderío al recoger los premios de la MTV con 25 kilos de carne a cuestas que, puntualmente repartidos, han dado para un vestido, un tocado y un bolso.

De McQueen a Armani

"J´ adore Weitzman, realmente lo quiero. Loui, Dolce Gabbana, Alexander McQueen, eh ou. Señora, amo esos manolos. Moda, pónmelo todo encima, no quieres verme con toda esa ropa?", canta en Fashion. Para los no iniciados, el pónmelo todo encima consiste, por ejemplo, en saludar a Isabel II con un traje isabelino de látex rojo, lucir gafas de sol hechas con cigarrillos humeantes o llevar un tocado de rulos que en realidad son latas de Coca-Cola light.

Y es curioso, pero justo en un momento en que la industria de la moda echa mano del pragmatismo, va Lady Gaga y se convierte en icono. Conectó como nadie con Alexander McQueen, que la convirtió en su musa no oficial y la vistió como a una de aquellas extrañas criaturas suyas que solo podían salir de su torturada mente. Pero cuando McQueen apareció colgado en su vestidor a principios de año, Lady Gaga eligió a Armani. Que el señor de la funcionalidad se pusiera a sus órdenes fue tomado por la industria como un alarde de poderío de la cantante.

Pero los atuendos Gaga dan para más que cotilleos: sus significados dividen a los ensayistas de la cultura popular. Para unos, sus estilismos imposibles son mera promoción. "Su estética se parece demasiado a una pop star rutinaria en la frontera de pequeñas provocaciones de tabloide", dice Eloy Fernández Porta, autor de Eros . La superproducción de los afectos. En cambio, para Beatriz Preciado --filósofa, autora de Pornotopía y profesora de historia política del cuerpo y teoría del género en la Universidad París VIII-- el diagnóstico es otro. "Con Lady Gaga, la estética transexual y transgénero alcanza el centro de la cultura popular", contesta a este diario.

Ella transforma el camp buslesque de las drag queens de Nueva York en un espectáculo de masas multimedia. Lo interesante es que no pretende hacerse pasar por una mujer natural. Ya ha salido del armario como trans, como intersexual. Lo importante no es saber si es una cosa o la otra, sino poder encarnar múltiples identificaciones construidas.

Más allá del código

O sea, que Lady Gaga está más allá del código hombre-mujer. En ella cabe todo. Todos los sexos. Todos los deseos. Todas las lecturas. La gay. La lesbiana. La transexual. La transgénero. La heterosexual. Quizá por eso, añade Preciado, se dirige a su público como "mis queridos monstruos", porque reclama la aceptación de la multiplicidad sexual. "Podría ser la hija de Madonna y Michael Jackson obtenida por manipulación genética. Lady Gaga es postsexual: como un avatar mediático capaz de mutar". En otras palabras: "Lady Gaga es el tecnocuerpo del siglo XXI: hipermediatizado, técnicamente construido, casi digitalizado pero al mismo tiempo absolutamente orgánico", añade esta experta.

Para Preciado, la moda no es solo ese universo decadente del que hablaba la izquierda tradicional. "Es llamativo que en los últimos 40 años pocos diseñadores hayan propuesto la falda, el maquillaje o los tacones como accesorios masculinos. Pero la moda también puede ser un espacio de crítica de los códigos dominantes de género, clase o raza, como ocurrió con el punk, el glam rock y ahora con el movimiento quee", ese facción del feminismo que promulga romper los corsés del género. Y una cuestión final. ¿Cómo se explica que un mundo que castiga tanto la diferencia encumbre a la rara de Gaga? Preciado tiene su teoría: ella, dice, puede funcionar como ese producto de ficción espectacular que consumimos para reemplazar lo que socialmente nos prohibimos. "Como la pornografía o las películas de terror".