Carmen de Lirio, la vedette que reinó en el Paralelo de Barcelona, era lo que los burgueses rijosos de entonces llamaban una "real hembra". Aún ahora con 82 años conserva la planta y la desenvoltura de quien ha sido muy bella. En sus memorias, Carmen de Lirio, Memorias de la mítica vedette que burló la censura (ACV, con la colaboración de Ociopuro-El Molino), advierte: "Construimos nuestro pasado según nos conviene. Aunque no mintamos, sí podemos manipular. Por eso creo que las memorias son más ficción que las novelas".

A principios de los 50 no solo se decía que ella era la más guapa de España, también que era la querida del gobernador civil de Barcelona, Eduardo Baeza Alegría. De Lirio, nacida en Zaragoza aunque sus abuelos fueran de Santa Coloma de Farners (Gerona), lo niega con determinación baturra: "Esa es una mentira podrida, una patraña".

SIN CONTEMPLACIONES Recuerda la vedette cómo llamaban a la puerta de su casa para pedirle recomendaciones y favores: "La asistenta me preguntaba: ¿qué les digo? Y yo, no te preocupes que ahora salgo y los echo sin contemplaciones...". A unas confesiones de Samaranch, que la incluyó en su lista de conquistas, replica: "Ese gentleman de bolsillo dice que tuvimos un affaire. ¡De qué...! Samaranch siempre me ha parecido un hombre soso".

Sus memorias están cargadas de anécdotas de cuando actuaba con Mary Santpere y Alady, cantaba La noche de bodas o recibía un zapatazo de Ava Gardner, pero pasan de puntillas por capítulos fundamentales: la hija que tuvo a los 20 años, y que, como manda la tradición, mandó a estudiar al extranjero, y el amor de su vida, el empresario Giacomo Croce. "¿Vivir con él? No hija, no, entonces los hombres no se casaban con las artistas de variedades". Tampoco las recibía Franco: "Eso quedaba para las folclóricas". Se resarcía en su camerino, que solía estar tan lleno de ramos de flores como mandan los cánones. Recuerda cómo un admirador fletó una avioneta en pleno invierno para traerle flores desde la primavera de otra latitud. "¿Quieres saber si había joyas? Pues sí, a mí me han regalado de todo. Lo mejor".

De la década de los 50, pese a los sabañones y el pan negro, evoca: "La gente se lo pasaba muy bien entonces. La única pega eran los curas. Nunca me gustaron. Yo los veía camuflarse en los palcos. Se quitaban el alzacuellos y, hala, a divertirse...".