Tragicómica escenificación de la España de la corrupción y el corazón la que se montó ayer en la puerta de los juzgados de Málaga. Isabel Pantoja, acusada de blanquear 1,8 millones de euros de quien fuera su pareja, el exalcalde de Marbella Julián Muñoz, fue perseguida, zarandeada y abucheada por periodistas y espontáneos desde que salió de su coche hasta que rebasó los 20 escalones que dan acceso al edificio.

A la cantante se le ha impuesto una fianza de 3,6 millones, de la que responderá con sus bienes, y se le ha comunicado la apertura del juicio oral.

El pánico podía verse en el rostro de la tonadillera pese a esconder la mirada tras unas gafas negras. La turbamulta le rasgó el vestido, y seguro que en algún momento temió ser linchada allí mismo. En medio de un caos similar, con un guardaespaldas sacando en volandas a su pequeña Chabelita para liberarla de las garras de una multitud enardecida, inauguró Isabel Pantoja su bar Cantora Kopas, en Fuengirola. Era agosto de 2002, justo cuando se enamoró de Julián Muñoz y comenzó a forjarse lo que luego se llamaría caso Malaya y justo cuando Tele 5 preparaba el estreno de Aquí hay tomate .

FAMOSOS, LADRONES Excepto la crisis, estaban ya todos los elementos que contextualizan lo que ocurrió ayer: la corrupción, el corazón y, avivando el espectáculo, la televisión. Desde que Julián Muñoz y Jesús Gil se acusaran mutuamente de diversos delitos en Salsa rosa (2003) el fenómeno ha crecido exponencialmente. Famosos, ladrones y enamorados han llenado miles de horas de programación, casi siempre con una audiencia muy destacable.

Desde la muerte de Jesús Gil en 2004 ya nada ni nadie podían impedir que sus secuaces, tantos años ninguneados, se lanzaran con poco disimulo al saqueo de Marbella. Julián Muñoz pasó de servirle cafés a Gil a tratar de dominar su corrupto imperio. Pero los de la troupe Malaya no eran buenos discípulos, sino malos aprendices. Robar desunidos, tirando cada uno de un extremo de ese gran pollo a la Pantoja en el que se había convertido Marbella, solo tenía un camino: la cárcel. Todo era demasiado visible, tanto como los acurrucados paseos diarios que se daban Isabel y Julián para seguir hipnotizando al pueblo, tanto como ese todoterreno de lujo que él le regaló a ella y que podía verse cada día aparcado en lugar prohibido, cerca del ayuntamiento.

Por entonces ya se decía, como hoy se dice de Belén Esteban, que Isabel Pantoja podría ganar unas elecciones si se presentara. Desde luego, ambas sacarían muchos votos. Lo de Gil también fue un escándalo, pero para no dejar casi huella tenía a su servicio verdaderos talentos de la abogacía, el soborno y la extorsión, capaces de mantener callado desde un bedel del ayuntamiento a un consejero de la Junta de Andalucía. Y para tapar los ojos al pueblo, lo compraba. Un alto porcentaje de los votantes del GIL vivía del dinero malversado, a menudo con conocimiento cómplice. "Ella ha hecho lo que haríamos cualquiera: poner el cazo", decía ayer en la puerta de los juzgados uno de los pocos defensores de la cantante.

Nadie sabe bien qué dosis de amor y qué dosis de interés contuvo el idilio entre Julián Muñoz y la viuda de Paquirri. Lo que sí se sabe es que ella atravesaba graves problemas financieros. La misma noche de la inauguración de Cantora Kopas, Muñoz la sedujo ofreciéndole ser la imagen de Marbella. Y ella se enamoró de él, amor que se deshizo como un azucarillo cuando Muñoz ingresó en prisión.

PAPEL CUESTIONADO Ahora a Isabel le queda el papel de víctima que tan bien ejerció en los 80 como viuda de España. Pero será un victimismo muy diferente. España vive la etapa más salvaje de la crisis y la Pantoja puede acabar convertida en el centro de la trifulca entre quienes la aman incondicionalmente y quienes la ven como el indeseable ejemplo del trapicheo, la picaresca y el folclore español traído al siglo XXI. Verla caer o levantarse alegrará a unos y enervará a otros, y mientras millones de miradas sigan obnubiladas con el vestido roto de la Pantoja, alguien les seguirá robando por detrás.