Huir de la culpa es tan humano como cometer un error. Lo sabe el niño que aprende a decir "yo no he sido" y descubre en la mentira el remedio contra el reproche, y lo tiene muy presente el adulto, capaz de maquinar sofisticadas excusas para no asumir la responsabilidad. Se trata de una reacción que no distingue edades, culturas ni escalas sociales. Tampoco rangos de popularidad. Poco separa al anónimo que es cazado con las manos en la masa y escurre el bulto, del famoso que es pillado in fraganti y niega lo evidente. Sin embargo, el factor mediático del personaje conocido dota a su intento de escaqueo de una dimensión pública que, a veces, roza el patetismo.

La antología de excusas dadas por famosos cazados en renuncios podría llenar las páginas de un tratado del disparate. Tras el chasco de ser descubiertos, todos comparten un instinto que, en numerosas y comentadas ocasiones, les lleva a evitar la responsabilidad mediante la invención de ocurrentes descargos.

Por vivir de la popularidad, el famoso profesional es el que más suele quedar en evidencia cuando lo público y lo privado se cruzan en su biografía en un lance comprometido del que se niega a hacerse cargo, aunque las evidencias canten a la legua. Acostumbrada a convivir con la etiqueta de chica traviesa del cuché, Paris Hilton fue descubierta el pasado verano con una bolsa de cocaína en su bolso y a ella no se le ocurrió otra escapatoria que declarar: "Pensaba que eran chicles". No era la primera vez que la rica heredera trataba de escudarse en imaginativas excusas: en 2006, tras ser retratada en una fiesta con polvos blancos en la nariz, aseguró que eran restos de un postre azucarado.

La estigmatización social de la droga la convierte en una mina de renuncios. "Pues no sé quién habrá puesto eso ahí", respondió el actor de la serie CSI , Gary Dourdan, cuando la policía lo paró conduciendo un coche cargado de estupefacientes.

La actriz Tatum O´Neal apeló al clásico "estaba documentándome para una película" cuando fue cazada comprando crack en Nueva York en el 2008. Su colega Lindsay Lohan optó por una salida más simple: tras ser detenida con droga en los bolsillos, dijo que los pantalones no eran suyos. Y para ocurrente, el cantante inglés Boy George, que llamó a la policía en el 2005 porque habían robado en su casa y, después de que aparecieran restos de coca en el domicilio, trató de zafarse sugiriendo: "Debe de ser de los ladrones. La tomarían en un descanso en mitad del robo".

El alcohol no es ilegal como la droga, pero su combinación con el volante es otro semillero de situaciones comprometidas. Y de excusas baratas. La reina es: "Me hizo mala reacción con la medicación que estoy tomando". A ella se acogió el año pasado el profesor Jesús Neira cuando fue detenido conduciendo con altas tasas de alcohol. Guti, el exjugador del Real Madrid, culpó del accidente de tráfico que sufrió en el 2010 en Estambul a los paparazis que le perseguían, pero no a las copas que llevaba en el cuerpo. Más retorcido fue lo del entrenador británico Alex Ferguson: alegó diarrea para explicar que la policía lo detuviera conduciendo por la autopista en dirección contraria.

Cuando la imagen del personaje público se ve tocada, el primer impulso es buscar la causa fuera, no dentro. Todo vale menos reconocer la culpa. Cual Lola Flores resucitada, el actor Wesley Snipes intentó la semana pasada eludir la pena de cárcel por evasión de impuestos apelando a su ignorancia en temas fiscales. Confesa dama violenta, la modelo Naomi Campbell justificó públicamente sus malas maneras por el síndrome de abandono que dice sufrir desde que era una niña.

"Evitar la culpa es un mecanismo de defensa. En ocasiones, el estrés puede llevar a una persona a creerse sus propias mentiras. Otras veces, detrás de estas reacciones solo hay estrategias para ganar tiempo", explica la psicóloga Laura Rojas Marcos. En su consulta se encuentra a menudo con pacientes que manifiestan actitudes similares, y el modo de abordar estos nudos mentales es siempre el mismo: "Debe ser la propia persona quien vea si sus actos han sido buenos o no. Y ahí influyen los valores con los que ha crecido. De ellos depende que sus conciencias les permitan dormir por la noche", razona la autora del libro El sentimiento de culpa .

Ese debate es privado. Pero ¿qué sucede con la imagen pública del famoso pillado en un renuncio? ¿Es mejor mirar para otro lado o reconocer la responsabilidad cuanto antes? Santiago Mollinedo, especialista en gestión de imagen publicitaria de celebrities, cita al nadador Michael Phelps como ejemplo de situación bien resuelta: después de que un análisis revelara restos de marihuana en su sangre, el campeón olímpico se disculpó y reconoció que la había tomado en una fiesta. "Lo hizo rápido y con humildad. Perdió a un patrocinador, pero se concentró en su trabajo y volvió a lograr medallas. La mancha quedó borrada", opina el consultor. Se trataba de un deportista, pero el suyo no fue un caso de dopaje. "Un lavado de imagen tras un dopaje es casi imposible. Las desilusiones no se perdonan fácilmente", subraya Mollinedo. A los atletas de la operación Galgo, sus excusas les pueden servir de poco.