Fue un "sí, quiero" tan claro y deseado que la infanta se saltó hasta el rigor protocolario de pedirle a su padre, el Rey, la bendición. Aquella soleada mañana del 18 de marzo de 1995, en la catedral de Sevilla, Elena de Borbón y Jaime de Marichalar se prometían amor eterno. Pero 12 años y dos hijos después, en noviembre del 2007, el prolongado desafecto se hacía público con un comunicado del palacio de la Zarzuela que reconocía el "cese temporal de la convivencia de los duques de Lugo". El permaneció en el domicilio conyugal en Madrid y ella cogió las maletas y se trasladó con sus hijos a una nueva residencia.

Dos años después de la separación, la ruptura --para gran disgusto de la Reina-- se constata como definitiva y la pareja tramita su divorcio. Uno más en la lista de matrimonios rotos, pero el primero de la familia real española.

Según la ruptura legal, que será de mutuo acuerdo (firmaron al casarse la separación de bienes) y similares a los de cualquier pareja, la hija mayor de los Reyes obtendrá la custodia de los dos hijos (Juan Felipe Froilán, de 11 años, y Victoria Federica, de 9) y Jaime de Marichalar --que perderá su título de duque-- le deberá pasar una pensión.

Más compleja se adivina la nulidad matrimonial a ojos de la Iglesia que permitiría a la infanta Elena rehacer su vida dentro de la doctrina del catolicismo y volver a dar el sí, quiero en el altar. El Tribunal de la Rota del Vaticano tiene la palabra. Y el único precedente dentro de la monarquía católica le costó a Carolina de Mónaco 12 años de larga espera hasta que el Vaticano le perdonó su pecado juvenil: su enlace con el playboy francés Philippe Junot. Economista y de familia aristocrática, el aún duque de Lugo, que dejó la presidencia de la Fundación Axa Winterthur al separarse, es consejero delegado de una filial de Cementos Porland y desde el 2004, miembro del consejo de administración de Loewe, entre otros puestos. La hija mayor de los Reyes asumió en julio del 2008 la dirección de Proyectos Sociales de la Fundación Mapfre, cargo que compagina con los actos oficiales en representación de la Corona.

Mientras se resuelven los flecos de este divorcio, entre los famosos se disparan las peticiones de nulidad. Los hermanos Francisco y Cayetano Rivera esperan que los tribunales eclesiásticos les echen un capote para consumar sus respectivos enlaces.