¿Quién era Juan Ignacio Balada Llabrés? Esa es la pregunta que se hace toda España y Ciutadella entera, ciudad en la que vivió casi la totalidad de sus 69 años. Hace solo dos meses, el hombre que legó parte de su inmensa fortuna a los príncipes de Asturias era un "señor educado, culto, raro", "el hijo de la farmacéutica". Nada más. Ahora no es santo de la devoción de sus convecinos.

Mientras su madre Catalina Llabrés vivió, por su casa de Ses Voltes, en el centro de Ciutadella, entraban y salían vecinos que le pedían consejo. Ella era la primera farmacéutica de Baleares. Lo que se encontraban al cruzar la puerta eran fotos de su único hijo. Ella estaba orgullosa de él. Esas fotos están en el mismo lugar desde hace más de 60 años y ahora, cuando la casa y la farmacia de arquitectura modernista --declarada bien de interés cultural-- están a punto de desplomarse, siguen ahí.

La casa de Ses Voltes ahora da escalofríos, porque es un cementerio de recuerdos. El vivió allí hasta que se construyó su nueva casa. Sus padres fallecieron en 1985 y él solo tardó unos años en mudarse. La presencia de doña Nina aún está en el aire. El piano, los cuadros, los tapetes y hasta las medicinas que están por todos lados --la farmacia y la casa están conectadas-- los puso ella y él no cambió ni tocó nada.

ESPIRITISTA Y SIN NOVIA Solo unos cables que cuelgan de una lámpara le pertenecen y revelan una de sus pasiones: la electrónica. Coleccionista de radios antiguas --"en su casa habrá unas 60", dice un allegado--, las desmontaba y arreglaba.

A Balada, y eso lo sabe Ciutadella, también lo obsesionaba el espiritismo. A los 25 años, en esta misma casa hizo sesiones con una médium. Que un joven rico se dedicara al espiritismo en los años 60 en una ciudad conservadora no era común, "normal", dicen en Ciutadella. Que no se le conociera novia o mujer tampoco era "normal" a ojos de sus vecinos. "Hubo una mujer alemana, pero él nunca hablaba de su vida. Era reservado, solitario, austero", explica un amigo.

Su padre, Ramón Balada, llegó a Menorca tras la guerra civil. Guapo y apuesto, según recuerdan sus parientes en Alcanar (Tarragona), vendía plantel. El joven cayó en gracia a la farmacéutica, mujer rica y formada.

Se casaron y juntaron la gran fortuna con un hombre emprendedor que también tenía dinero. La familia de Balada padre recuerda que el "chico se casó con una xueta judía rica de Menorca". No consta que doña Nina fuera descendiente de judíos conversos, pero esto podría explicar por qué su hijo puso a Israel en su testamento.

A Ramon Balada sí lo recuerdan con cariño. Regentó el cine del pueblo, compró un huerto --S´Hort den Llabrés-- con un pozo en las afueras de Ciutadella y montó una fábrica de hielo; después, una de baldosas. Su hijo heredó esas tierras y la fortuna de su madre, además de la de sus tíos solteros --"estaba harto de recibir herencias", dice un amigo--. Y la multiplicó, generó activos financieros y creó la promotora Adalab.

VENTA DE 1.200 MILLONES Nadie sabía que ese hombre solitario, que se había comprado ropa de segunda mano y que era "buen pagador y generoso", "tuviera tanto". Un invento le ayudaría a multiplicar su fortuna: internet. "Podía estar 10 horas delante del ordenador", describe un allegado. Fue vendiendo, poco a poco, las tierras del huerto. "Esto de ahí lo vendió por 1.200 millones de pesetas y eso no es nada", dice un amigo. La casa familiar y la farmacia no las vendió porque no le pagaron lo que quiso.

Culto, refinado y solitario son tres adjetivos en boca de los menorquines. También, raro y monárquico. Sus amigos niegan que fuera masón. Solo Julián Ticoulat lo afirma: "Fíjese en el triángulo que hay en su casa".

Su casa, en la plaza del Empordà y que ahora se llama Joan de Borbó, la plaza y varias manzanas de pisos eran S´Hort den Llabrés. El timbre, dice un amigo, estaba desconectado siempre. Se le veía o a pie o con un cochecito barato. El Cadillac de su padre, totalmente renovado, en la cochera. Su coche, en el patio a la intemperie. Un hombre se asoma por la ventana de la casa. El lo cuidó y dice que estará ahí hasta que alguien lo llame.

Ciutadella supo que Balada estaba enfermo porque cuando salió del hospital envió una carta a un periódico dando las gracias al personal. ¿Por qué legó parte de su herencia a los Príncipes? Nadie lo sabe. Que no dejara nada a Ciutadella no se lo perdonan.