La familia real británica tiene fama de pagar mal a sus sirvientes, pero algunos antiguos empleados han sabido cómo aprovechar la conexión real para hacerse millonarios. Paul Burrell es uno de ellos. Diez años después de la muerte de Diana de Gales, su mayordomo es un hombre rico y con la reputación destrozada. Burrell ha comparecido esta semana en Londres ante el jurado que investiga la desaparición de la princesa.

Tras el interrogatorio quedó claro que el leal sirviente ha convertido la memoria de Diana en un fabuloso negocio. Hijo de un camionero, Burrell, que a punto estuvo de ir a la cárcel en el 2002, acusado del robo de distintas pertenencias de la princesa, cuenta hoy con una fortuna valorada en más de 9 millones de euros. El hombre que cometió lo que los príncipes Guillermo y Enrique llamaron "una fría y abierta traición" dejó una Inglaterra hostil para instalarse en Estados Unidos.

En Florida, cerca de Orlando y de Disneylandia, ha comprado un lujoso chalet y ha montado su propia marca, con productos de dudoso pedigrí, que vende en internet. Existe la Colección de Muebles Paul Burrell, con dormitorios y sofás del más rancio estilo inglés y la Colección de Alfombras Burrell, confeccionadas en Nueva York. También es suya una línea de porcelana, con juegos de café y té, de El Mayordomo Real, la misma firma con la que comercializa vino de Australia y un whisky escocés. Atildado y algo cursi, el acento amanerado que aprendió codeándose con la aristocracia le sirve para dar conferencias a los fans americanos de Diana y adiestrar a futuros mayordomos. Invitado en varios realitys, en uno de ellos, su misión ha sido transformar el aspecto y las maneras de las concursantes, hasta convertirlas en auténticas princesas.

BRONCEADO Y LOZANO "Yo no solo perdí a una amiga, perdí a mi patrona, perdí un hogar, perdí un buen colegio para mis niños, perdí un coche. No me da vergüenza decir que, con Diana, perdí el centro de mi mundo", había declarado después de la tragedia de París el mayordomo de Diana. Aquellas pérdidas han quedado ampliamente compensadas. Burrell pudo quedarse disfrutando del sol de Florida, pero volvió a un Londres lluvioso y desapacible. La decisión fue voluntaria, aunque el supuesto guardián de los más íntimos secretos palaciegos no podía faltar en el circo judicial en que se ha convertido la investigación. Llegó bronceado, lozano, con un traje impecable, hecho a medida, rezumando servilismo y vaselina. Pero el mayordomo se marchó ojeroso, perdido y humillado. Su declaración de un día se convirtió en tres jornadas de tormento.

Acosado por el equipo de abogados de Mohamed Al Fayed, al borde de un ataque de nervios, el mayordomo de Diana admitió haber copiado cartas de Diana sin su consentimiento, haberse beneficiado de su recuerdo y haber mentido, tanto al jurado como en sus dos libros de memorias. El hombre al que Diana llamaba "mi roca", resultó ser "una roca porosa", según el comentario de uno de los letrados.