Donde fueres haz lo que vieres, reza un viejo dicho. Y así lo hicieron ayer los Reyes en Wellington, la capital de Nueva Zelanda y última etapa de su viaje por ese país. En la recepción en el Parlamento, Juan Carlos y Sofía cumplieron con todos los ceremoniales, hasta culminar con un saludo maorí a cada uno de los integrantes de la asamblea de ancianos, encabezados por Kura Moheahu, miembro de esta comunidad indígena y portavoz de Cultura en el Parlamento.

El gesto, que consiste en unir las frentes y las narices durante unos segundos, es una forma de enlazar los espíritus. Tras escuchar tres veces el sonido de una caracola, los Monarcas fueron obsequiados con una danza tribal. Un guerrero se acercó al Rey con gestos intimidatorios, ocultando en su cinturón el rakau tapu , el dardo símbolo de la paz. El maorí arrojó al suelo la saeta y agitó desafiante su daga con el fin de determinar si el visitante llegaba o no en son de paz. Juan Carlos --ante la expectación de la Reina y del numeroso público congregado-- se agachó y recogió el dardo, en señal de sus buenas intenciones. El guerrero se golpeó el muslo derecho para expresar que el grupo podía continuar su camino y se inició la llamada de bienvenida. Fue entonces cuando los invitados se acercaron hasta la asamblea de ancianos para el saludo tradicional.