Si existiera una clasificación de la pareja política más cursi, sin duda se llevarían el título. Nicolas Sarkozy y Carla Bruni, que contrajeron matrimonio en el 2008, no acaban de salir de su luna de miel. A lo largo del mes de agosto no ha pasado ni un día sin que sean retratados besándose y acariciándose dentro o fuera del mar del Cap Nègre, donde veraneaban en la mansión de la familia Bruni. Tampoco han faltado intercambios de miradas dignas de un romance de verano.

Pero el sarkoshow --como algunos medios califican su relación-- no se limita a sus momentos de intimidad. Ni la mismísima presencia del Papa o de los altos cargos de la política internacional consiguen acabar con sus efusivas muestras de amor.

La grada desde la que Bruni presenció la fiesta nacional francesa, el pasado 14 de julio, se convirtió una vez más en el escenario para su empalagoso romance. La exmodelo, rodeada por la flor y nata del país, recibió a su marido con una mirada tierna y una delicada caricia. Sarkozy le respondió con una sonrisa enamoradiza.

Durante su reciente estancia en Madrid, el pasado abril, la pareja también ofreció ante las cámaras pruebas de su pasión. Cuando Bruni y su homóloga española, Sonsoles Espinosa, se reunieron con sus respectivos maridos, tras solo unas horas de separación, los franceses se fundieron en un efusivo abrazo que eclipsó el tímido beso del matrimonio Zapatero.

El pasado septiembre la cursilería de los Sarkozy también suscitó mofas por parte de los medios de comunicación de medio mundo. Bruni fue retratada secando el sudor de la frente de su "chouchou" --así lo llama en la intimidad, "cariñito"-- durante una exclusiva cena en Nueva York, en la que compartían mesa con Henry Kissinger, exsecretario de Estado de Estados Unidos. Muchos se preguntan si esta actitud es sincera o si su aparente felicidad es tan ficticia como el lugar que eligieron para dar a conocer su amor, Eurodisney.