El idilio de Nicolas Sarkozy con la cantante y exmodelo Carla Bruni no ha dejado a nadie indiferente. Salvo el diario Le Monde , que le dedicaba un breve y un comentario en las páginas de tele, el romance ha sido extensamente tratado en los medios. Sea cual sea su tendencia, todos --incluida la oposición-- coinciden en que el presidente es un maestro en el arte de sacar provecho de la mediatización de su vida pública y privada.

Si sus antecesores en el cargo se distinguían por la discreción --Mitterrand guardó hasta la muerte el secreto de la existencia de Mazarine, su hija natural-- Sarkozy los exhibe sin complejos. No en vano es el presidente de la ruptura. Tras dejarse fotografiar en Disneyland París con su novia, ayer optó por callar. En su primera aparición pública tras la divulgación del romance, Sarkozy cabalgó por La Camarga sin decir ni pío. Visiblemente encantado con la situación, superó su tendencia a la locuacidad. Sabe que el silencio oficial --el Elíseo es una tumba-- acrecienta el golpe de efecto. Solo dos meses después de divorciarse de Cécilia, y cuando se le relacionaba con una presentadora de televisión, Sarkozy muestra su poder de seducción con la escultural Bruni, 14 años menor que él. Las especulaciones sobre la consistencia del romance están a la orden del día.

En los medios, muchos destacan el parecido de la cantante con Cécilia. A nadie le ha pasado desapercibido el hecho de que la pareja se haya exhibido justo después de una semana poco gloriosa para Sarkozy por la criticada visita a Francia del dictador libio Muamar Gadafi.

Más de uno ha ironizado con la política de "apertura" de Sarkozy, también en la vida privada, con una mujer que apoyó a la socialista Segolène Royal. Otros juzgan poco creíble el "cuento de Navidad" del presidente en Disneyland con una mujer que, según la leyenda, cambia de pareja como de camisa. Solo los amigos de ella creen el romance. "Le ha pedido que se case con ella", dice el diario italiano La Stampa citando fuentes de la familia de Bruni.