Scarlett Johansson está en Barcelona para asistir, esta noche, a la entrega de premios Botón Mango, que recompensan con 300.000 euros a un joven diseñador internacional. Más que su esperada visita a la ciudad, sorprendió que nadie reparara en ella el lunes, cuando decidió salir de compras por el centro.

Unas gafas de sol, un borsalino gris a juego con su rebeca, unos pantalones tan negros como su bolso y poco maquillaje fueron suficientes para que pasara desapercibida durante las casi dos horas que se movió por el corazón de la ciudad. Incluso se adentró en El Corte Inglés de plaza Catalunya para comprar en la sección de lencería. Como una más.

Mango, firma a la que ha prestado su imagen, había envuelto su llegada con el secretismo propio de una visita de jefe de Estado. Quizá para despistar, quizá porque lo pidió la propia Johansson, las medidas de seguridad en torno a la estrella fueron de lo más discretas, y realizó su periplo por la ciudad con solo un escolta. En una furgoneta con los cristales tintados --detalle por el que el chófer corrió el riesgo de ser multado, como le pasó al de Shakira este verano--, la actriz fue directamente al centro. El vehículo le dejaba frente a las puertas de los establecimientos que visitaba, ya fueran populares como los grandes almacenes (ni las dependientas la reconocieron) o de lujo, como la zapatería Stuart Weitzman. Ni rastro de su marido, Ryan Reynolds, que hace unos meses había rodado la celebrada Buried en una nave industrial de la localidad barcelonesa de Cornellà.