La primera pistola 3D impresa, llamada Liberator, fue diseñada en el 2013 y fabricada casi en su totalidad con componentes termoplásticos, con la excepción de un percutor de metal. Los diseños híbridos incorporan componentes metálicos utilizados en armas de fuego tradicionales con piezas hechas en impresoras 3D. Las armas de fabricación casera -llamadas «fantasmas» porque no están registradas- no se pueden rastrear y no tienen número de serie. Una ley federal de 1988 prohíbe las armas que no contengan el suficiente metal como para ser detectadas.

Aunque la tecnología se usa a menudo para aplicaciones industriales, los particulares pueden comprar sus propias impresoras 3D de escritorio para uso personal. Más de un millón de impresoras 3D de escritorio se han vendido en todo el mundo desde 2015, según datos de la firma de investigación Context. El reto pasa por bajar los precios las impresoras, de escritorio, que ahora rondan entre los 700 y 1.500 euros. Sus posibilidades son infinitas: cualquiera se puede descargar un diseño de internet o crear uno propio con un programa de diseño. Los expertos dicen que a 300 euros, se masificaría su uso.

La impresión en 3D es una tecnología revolucionaria, también conocida como fabricación aditiva porque consiste en superponer capas sucesivas para formar, con una impresora tridimensional, todo tipo de objetos en metal, aluminio o plástico. La NASA ya la usó para imprimir herramientas en la Estación Espacial Internacional (ISS), pero su uso está también extendido en campos tales como joyería, diseño industrial, arquitectura, ingeniería y construcción, automoción y sector aeroespacial, industrias médicas, educación, ingeniería civil y muchos otros.