La luna de miel dura 100 días. La coalición que encabezan el conservador David Cameron y el liberaldemócrata Nick Clegg ha llegado a la fecha mágica con muy buena nota tras lanzar unas reformas radicales. Según un sondeo publicado ayer por el diario The Guardian , el 46% de los británicos creen que la coalición realiza un buen trabajo frente al 36% que opina lo contrario.

En concreto, las duras medidas de austeridad anunciadas para lograr la recuperación económica concitan el aplauso del 44% frente al 37% que las critica. En estos 100 primeros días, la improbable coalición no ha dado muestras de conflicto interno. Por el contrario, se ha puesto manos a la obra con un vigor, una celeridad y una cohesión inusitadas, raras en un Gobierno a dos, pero justificadas por la gravedad de la crisis económica.

A diferencia, por ejemplo, de lo que hizo Tony Blair en su primer mandato, Cameron y Clegg han optado por concentrar las medidas más importantes, que son las más impopulares y dolorosas, en las primeras semanas. Y lo han hecho como un vendaval que recuerda el ciclón thatcherista de finales de los 70 y primeros 80, aunque sin la carga ideológica de la dama de hierro . Austeridad y descentralización del poder central al local son los ejes del programa del Gobierno.

EMPRESARIOS ENCANTADOS Con un déficit público del 11%, el ministro del Tesoro, George Osborne, se apresuró a presentar un plan de austeridad que prevé su reducción al 2,1% dentro de cinco años, al final del mandato. La fórmula aplicada es la de un ligero aumento de los impuestos, en particular del IVA, y grandes recortes del gasto público hasta reducir en una cuarta parte varios ministerios y entes gubernamentales, lo que suena a música celestial a quienes consideran que el Estado ha crecido demasiado, es decir, a la derecha y a los empresarios, que ayer mismo, por boca del presidente de la patronal CBI, Richard Lambert, hacían un balance positivo de estos 100 días.

Los responsables de educación, sanidad, policía y seguridad social han anunciado cambios absolutamente radicales que profundizarán la línea trazada por el laborista Tony Blair de participación privada en la gestión. La magnitud de los cambios realizados al mismo tiempo es, según escribía Jonathan Freedland en The Guardian , "señal de confianza suprema o de temeridad absoluta". Durante la campaña electoral Cameron lanzó una idea, la de la Gran Sociedad , que en aquel momento no hizo fortuna, pero que ahora ha retomado desde el Gobierno con el apoyo de Clegg. En la línea de reducir el papel del Estado, la Gran Sociedad aspira a que sean los ciudadanos quienes de forma voluntaria se encarguen de determinadas tareas, como la gestión de oficinas de correos y bibliotecas y el transporte local.

Para el líder conservador, "es la mayor y más espectacular redistribución de poder" desde las élites políticas "al hombre y la mujer de la calle". Para los sindicatos y los laboristas, lo que pretende el Gobierno es camuflar el ajuste presupuestario.

Las buenas noticias para la coalición y para el conservador Cameron no lo son tanto para Clegg. En realidad son bastante malas. Según el sondeo citado antes, una cuarta parte del voto liberaldemócrata obtenido en las elecciones del pasado 6 de mayo ha desertado en favor de los laboristas. El 18% de intención de voto alcanzado ahora supone seis puntos por debajo de lo conseguido en las urnas.