En un momento político clave, un asesinato. El Líbano sigue fiel a su trágica tradición y ayer volvió a instalarse al borde del precipicio con el asesinato de Pierre Gemayel, ministro de Industria, líder cristiano y significado político antisirio. De nada le sirvió a Damasco condenar el atentado, ya que el Gobierno libanés y los políticos antisirios acusaron directamente al régimen de Bashar al Asad en un momento en el que el Ejecutivo de Fuad Siniora vive una grave crisis tras la dimisión de los seis ministros chiís. El trasfondo de la crisis es la constitución de un tribunal internacional de la ONU para investigar el asesinato, el pasado año, del exprimer ministro Rafic Hariri.

Gemayel, de 34 años, hijo del expresidente Amin Gemayel y nieto del fundador de la Falange Cristiana, fue asesinado cuando varios encapuchados dispararon contra el coche en el que circulaba por el barrio cristiano de Sin al Fil, en Beirut. El entierro se celebrará hoy, y han declarado tres días de luto oficial.

"La mano de Siria está en todas partes en este asesinato", acusó Saad Hariri, hijo del asesinado exprimer ministro y cara visible del movimiento antisirio, en una afirmación que apoyó el ministro de Interior, Ahmed Fatfat. Amin Gemayel llamó a mantener la calma y Siria emitió un comunicado en el que condenó "rotundamente" el asesinato.

CONDENA MUNDIAL La misma condena se produjo en Occidente y los países árabes. La milicia chií Hizbulá también condenó el asesinato, dijo que el atentado "empuja al Líbano hacia una guerra civil" y acusó de haberlo cometido a aquellos que quieren dañar el futuro de este país.

En la condena de Hizbulá están de acuerdo todos los actores de la política libanesa. El problema es que la milicia chií sostiene que quien quiere "dañar el futuro del Líbano" son EEUU e Israel a través del Gobierno de Siniora y de los dirigentes antisirios, y estos últimos acusan de lo mismo a Siria y a su principal valedor en el Líbano, Hizbulá. Con este reparto de cartas, el asesinato de Gemayel pone en el disparadero a Siria, cuyos servicios secretos son los principales sospechosos del asesinato de Hariri.

SEIS DIMISIONES Este asesinato sucede en un delicado contexto. Hace dos semanas, los ministros chiís del Ejecutivo de Siniora dimitieron a causa del desacuerdo sobre un Gobierno de unidad nacional en el que Hizbulá exigía derecho a veto. Más allá, subyacía que Siniora había recibido el borrador de la propuesta de la ONU para constituir un tribunal internacional que juzgue a los asesinos de Hariri. Con la dimisión de los ministros chiís, el Gobierno aprobó sin cambios el texto, inadmisible para Damasco, y que curiosamente empezó ayer mismo su trámite en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Para Hizbulá, el presidente libanés, Emile Lahud, y el resto de prosirios, un Gobierno sin presencia chií es ilegal e ilegítimo. Por ello, el líder de Hizbulá, Hasán Nasralá, ha exigido la dimisión del resto del Ejecutivo y la constitución de uno nuevo. Siniora dice que su Gobierno es legal y está capacitado para seguir gobernando y, por tanto, para votar y aprobar textos como el borrador de la ONU. Con el asesinato de Gemayel, la dimisión de dos ministros más inhabilitaría sin ninguna duda al Gobierno.

Por eso, en su condena del asesinato de Gemayel, Siniora añadió: "Este ataque contra un símbolo de la libertad en el Líbano nos hace tener más determinación para establecer un tribunal internacional". Desde Nueva York, el embajador de EEUU en la ONU, John Bolton, dijo que "el asesinato prueba la necesidad de lograr un acuerdo rápido para la creación del tribunal". En la mente de ambos está Siria.