El pasado 9 de diciembre, en su rueda de prensa diaria, el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, se topó con un interrogante inesperado entre dos preguntas sobre el polémico acuerdo de Barack Obama con los republicanos para mantener bajos los impuestos a los ricos. "¿Cómo lleva el presidente lo de dejar de fumar?".

La pregunta tenía su lógica. En Estados Unidos se acababa de publicar un estudio nacional de 700 páginas que incluía un análisis sobre el tabaco, sus consecuencias y sus costes, y la principal responsable de medicina en el país, Regina Benjamin, había alabado los esfuerzos del ocupante del Despacho Oval por vencer un hábito que atrapa a 40 millones de sus compatriotas y provoca 443.000 muertos al año en Estados Unidos, 10 veces más que los accidentes de tráfico.

Gibbs --cuya afirmación, el año pasado, de que Obama estaba "curado en un 95%" se desvaneció como una nube de humo cuando en su chequeo médico en febrero los médicos dijeron al presidente que tenía que dejarlo por completo-- tuvo otra vez la contundencia de un papel de fumar: "No he visto o presenciado pruebas de que haya fumado en probablemente nueve meses".

"Ha trabajado extremadamente duro --contaba el portavoz--. E incluso lo ha mantenido alejado --el tabaco-- en momentos como la negociación de impuestos y la búsqueda de un acuerdo para ratificar el pacto de desarme nuclear con Rusia y todas las cosas que se acumulan, momentos en los que antes habría encontrado refugio en eso", en alusión a los cigarrillos. "Entiende sus peligros y ha hecho un trabajo extraordinario para luchar contra ese hábito, lo mismo que millones de estadounidenses".

En el aire seguían los interrogantes, y volvían a aparecer una y otra vez en boca de los periodistas de la Casa Blanca. ¿Lo ha dejado o no lo ha dejado? ¿Han servido los chicles de nicotina que alguna vez se le vio usar? ¿Cómo lo ha hecho después de estar 30 de sus 49 años enganchado? Y entre discusiones sobre los impuestos, el boicot de China a los premios Nobel, leyes de inmigración y contra la homofobia, Gibbs acudía a más respuestas que querían pero no podían ser rotundas: "Por esos nueve meses sí. Quiero decir, yo no, no estoy intentando, no quiero- Creo que el presidente será el primero en decir que es una batalla".

Es una guerra que le une a rivales políticos. La afición al cigarrillo le hermana, por ejemplo, con el hombre que va a tratar de frenar sus esfuerzos legislativos en el Congreso a partir de enero, John Boehner, el republicano que va a dar el relevo a la demócrata Nancy Pelosi en el segundo puesto de sucesión presidencial en Estados Unidos (la presidencia de la Cámara Baja) tras la debacle electoral del partido del presidente en las elecciones de noviembre.

Pero si Obama lucha por dejarlo, Boehner no parece tener prisa. "El tabaco es un producto legal en Estados Unidos y la gente tiene derecho a decidir qué postura toma", decía Boehner en septiembre. "Fumar es algo que elijo hacer y tal vez es algo que en algún momento decida dejar".

Los aliados

Obama está claramente en otra fase de su combate contra su adicción. Y tiene aliados para intentar vencer a la nicotina. Uno es él mismo, un gran aficionado al deporte que pese a las obligaciones de la presidencia sigue haciendo ejercicio seis días por semana. Y otra aliada vital es su esposa, Michelle, que ha hecho de la lucha por la vida sana y la buena alimentación una de sus misiones como primera dama.

En marzo, tras aquel chequeo médico (en el que el principal problema detectado fue un colesterol elevado en un hombre al que le gustan los dulces y le pueden las hamburguesas con queso), Michelle Obama mostró su comprensión con su marido en una entrevista. "¿Quiero que lo deje del todo? Absolutamente, y le animaré a hacerlo, pero es un proceso. Nunca he sido fumadora pero la gente que ha fumado dice que hay picos y valles e intentar dejarlo en uno de los momentos más estresantes de la historia del país puede complicarle las cosas ".