En otoño del 2006, Yuma Gul, uno de los jefes de distrito de la provincia afgana de Farah, limítrofe con Irán, esperaba pacientemente su turno para ser recibido por el gobernador provincial. Como principal autoridad civil en una región donde la insurgencia talibán se estaba mostrado muy activa, Yuma Gul vino aquel día a quejarse de la escasísima ayuda entregada por Occidente en los más de cinco años transcurridos desde la desintegración del régimen talibán, lo que, según creía, restaba credibilidad al contingente militar multinacional y a su propia autoridad frente a los rebeldes. "Hablan y hablan, pero lo único que hemos recibido han sido bolígrafos y blocs de notas", se lamentaba.

Las vicisitudes de Yuma Gul constituyen uno de tantos ejemplos de las advertencias realizadas recientemente por las oenegés que trabajan en Afganistán. En un llamamiento de tintes dramáticos, el ACBAR, la alianza de organizaciones que trabajan en el país centroasiático y de la que forman parte Oxfam International, Christian Aid, CARE y Save the Children, acaba de denunciar que la comunidad internacional bordea el fracaso en la tarea de reconstruir Afganistán y que, de la suma de 25.000 millones de dólares (16.017 millones de euros) prometida entre el 2001 y el 2008 para afrontar la titánica labor, tan solo se han entregado tres quintas partes.

El resto --es decir, 10.000 millones de dólares o 6.407 millones de euros-- forma parte de la categoría de promesas incumplidas, lo que está dando múltiples argumentos a quienes han tomado las armas.

Estas son, entre otras, las conclusiones de un crítico informe publicado recientemente, que bajo el título Quedándonos cortos: la eficacia de la ayuda en Afganistán hace hincapié en el gran impacto que una distribución de ayuda humanitaria más justa y eficaz tendría "en las vidas de todos los afganos" y en la consecución de la paz y la estabilidad en el país. "Debemos venir en ayuda de Afganistán, porque si no Afganistán vendrá a nosotros", augura un diplomático occidental en Kabul. "La pobreza aumenta; esto hace que para la gente las opciones sean o bien integrarse en los grupos armados o bien dedicarse al cultivo de opio", sentencia Annick van Lookeren de Campagne, consejera de impacto político de Oxfam Holanda.

VARAPALO GENERAL A excepción de Japón, Canadá y Holanda, nadie se libra del varapalo de las oenegés. EEUU había comprometido 6.677 millones de euros entre el 2002 y el 2008, pero había desembolsado algo menos de la mitad, 3.224 millones. La Comisión Europea también está incluida entre los malos pagadores: 1.105 millones de euros prometidos y 690 entregados.

El problema no se limita a los compromisos monetarios incumplidos. Se estima, además, que el 40% del "dinero aportado retorna a los emisores en forma de beneficios corporativos, sueldos de consultores y otros gastos", lo que, en lenguaje corriente, significa que los países donantes no están ayudando mucho a Afganistán, sino que en realidad, bajo la careta del humanitarismo, solo se están ayudando a sí mismos.

Además, las cuatro provincias con mayor grado de violencia, situadas en el sur del país, reciben "una cantidad desproporcionada" de ayuda, lo que establece un vínculo perverso que "premia" a los más violentos. "La inseguridad es percibida como fuente de atracción de ayuda", denuncia el informe. "Hay que invertir en el desarrollo a largo plazo en el norte, que es relativamente pacífico, y tener visión de conjunto", aconseja Van Lookeren de Campagne.