"¡Oh, Palestina, prepárate! La promesa de Dios y la inminente victoria se acerca. ¡Oh, Jerusalén, regocíjate! Estamos en camino tras mucha paciencia". En los concursos populares de poesía organizados en Gaza para celebrar el desalojo de las colonias judías, estos versos han tenido un gran éxito. Gaza se prepara a su manera para festejar la "liberación" de la tierra ocupada durante 38 años, que será oficial en un mes. Con manifestaciones de encapuchados. Con una lucha sorda entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y Hamás. Con un desembarco de todos los políticos palestinos que en los casi cinco años de Intifada sólo pasaban por Gaza de vez en cuando y que ahora copan los hoteles y bloquean con sus caravanas oficiales las ya de por sí caóticas carreteras.

Y también con el humor negro que muchos palestinos han desarrollado en la Intifada. "Por lo menos a partir de ahora podremos ver la tele sin interferencias", dice uno de los chistes de moda, en referencia al zumbar de los omnipresentes aviones espía no tripulados israelís. "Vamos a pasar de vivir en tres cárceles pequeñas a estar encerrados en una más grande", reza otro chascarrillo, que se refiere a las incertidumbres de este territorio desconectado de Cisjordania y del que no quieren saber nada ni Israel ni Egipto.

Cuatro años de dolor

"Mejor cuatro años de dolor que 10 años en vano", se lee en algunas de las pancartas que Hamás ha sembrado por toda Gaza para atribuir a la Intifada la evacuación israelí y negar cualquier mérito a la estrategia negociadora de la ANP. Han sido, ciertamente, casi cinco años de dolor en Gaza. Según la Oficina Central de Estadísticas palestina, desde el 2000 han muerto en Gaza 1.719 palestinos, dos tercios de los cuales iban desarmados, 236 tenían menos de 16 años, 96 eran mujeres y 95, daños colaterales de bombardeos. Además, 2.074 casas fueron destruidas, dejando sin hogar a 20.000 personas.

"Aún tengo miedo. No me fío de ellos, temo que vuelvan en cualquier momento", dice Yahia Beshai, de 55 años, en su casa de Deir el Balah, situada apenas a 30 metros de la colonia de Kfar Darom. La fachada del edificio, cuyo tejado ha sido copado por televisiones árabes para transmitir en directo la destrucción de la colonia, está sembrada de agujeros de bala. Desde 1984, Beshai, su mujer y sus siete hijos han tenido que convivir con estos vecinos . Ahora ya se ha acabado, y Beshai no será de los que corran a ver cómo es Kfar Darom por dentro. "No quiero saber nada de ese sitio", afirma.

Hamás ha comprado decenas de vehículos para participar en una carrera con la ANP el día en que los palestinos puedan acceder a las colonias. La policía palestina controla ahora los lugares cercanos para que nadie intente entrar antes de hora. La ANP organiza fiestas, distribuye camisetas --Primero Gaza. Después Cisjordania y Jerusalén --, abre por primera vez un centro de prensa y mima a los extranjeros --periodistas y diplomáticos--, que han convertido Gaza en el lugar mediático del verano.

Precios triplicados

Los hoteles han triplicado su precio y los taxistas lo han duplicado. Las familias con cuentas pendientes con la ANP aprovechan la atención mundial y se dedican a secuestrar a extranjeros para solucionar sus pleitos. Y el cacho de playa que los 8.000 colonos dejaron al millón y medio de palestinos está lleno de muchachos en bañador y de mujeres cubiertas de pies a cabeza que prefieren bañarse vestidas a no hacerlo.

Recuperamos nuestra joya, se titula, no se sabe si por ingenuidad o mala fe, el dosier de prensa de la ANP sobre esta franja paupérrima, superpoblada, llena de campos de refugiados, de reservas de agua casi insalubres y de gigantescos vertederos al aire libre. "Nuestra vida no va a cambiar. La evacuación ha sido de la tierra, no del mar", afirma el pescador Riad Ashurafi, que sabe que Israel no piensa abandonar el Mediterráneo. Ni el espacio aéreo. Y la frontera civil con Egipto, está por ver. Pero aún así, a pesar de las incógnitas del futuro, un aire de libertad desconocido desde hace 38 años sopla en Gaza.