Lo que un analista israelí calificaba ayer como "el mapa del terror en Oriente Próximo" se extiende sin parar. Los atentados del miércoles en Damasco han inquietado a los países árabes, que ven cómo se han convertido en primera línea de batalla del terrorismo. A la casi eterna desestabilización que causa en la zona el conflicto entre palestinos e israelís se le ha unido la crisis de Irak y el afianzamiento en la calle de Al Qaeda como la única fuerza que planta cara tanto a Occidente como a los regímenes árabes, considerados por marionetas de EEUU.

No es de extrañar que el embajador sirio en EEUU dijera que ambos países comparten enemigo: Al Qaeda. Damasco amaneció ayer consternada, pero en calma tras los atentados del miércoles, en los que dos terroristas, un policía y una mujer murieron. Las medidas de seguridad se intensificaron a pesar de que el mensaje oficial es que se trató de un "hecho aislado".

Sigue sin estar claro cuál era el objetivo del ataque, ya que el edificio del barrio de Mazeh en el que hubo la explosión es una antigua sede de la ONU abandonada. A esa detonación siguieron otras, y luego la policía siria acorraló a los atacantes y entabló con ellos un tiroteo que incluyó el lanzamiento de granadas, según dijeron los testigos. En la misma zona se encuentran las embajadas de Irán y de Gran Bretaña. Las autoridades no descartan que el comando detonara el explosivo al ser descubierto.

Tampoco está clara la filiación de los terroristas. La prensa en la zona --especialmente la israelí-- especulaba ayer con que podría tratarse de una respuesta kurda a los enfrentamientos del pasado mes de marzo en el que murieron 20 personas, según fuentes oficiales, y, 40, según kurdas. La otra posibilidad es que a Siria haya llegado el terrorismo islamista que ya ha golpeado en Arabia Saudí, Turquía, Jordania e Irak. El islamismo prácticamente desapareció en Siria tras la masacre de Hama en 1982.