Como acostumbra a suceder, uno de los deseos más anhelados de su vida llegó cuando ya no lo esperaba. Ni se emborrachó, como había prometido tantas veces, ni sintió la alegría desbordante que presuponía. La detención del genocida Radovan Karadzic le provocó una reacción demasiado poliédrica.

Fue de madrugada, una madrugada de verano en L´Escala (Girona), la de ayer, cuando Boban Minic, director de programas culturales de la radiotelevisión de Bosnia-Herzegovina en los años 90, encendió el televisor y el pasado le cayó encima en forma de subtítulo en la parte inferior de la pantalla.

Sangre y muerte

En un segundo viajó a Sarajevo y se retrotrajo a mitad de los 90, cuando la ciudad se desangraba bajo el yugo serbio. Y todos llegaron de golpe. Su hermana muerta en el mercado de Markale. Su hijo recién nacido manchado de sangre varios días porque en el hospital no había agua. Aquel oyente de 72 años que llamó a su programa de radio para explicarle que iba a suicidarse porque, solo y enfermo, sin electricidad y viviendo en un decimoquinto piso, no tenía comida ni voluntad de vivir. Su hijo, con cuatro años, a la espera de que la ONU trajera un trozo de pan. "La gente se divide entre los que han vivido una guerra y los que no. No se puede explicar", decía ayer Boban. "Quemé un volumen de El Capital de Marx para caldear la habitación, el segundo para calentar agua y lavar a mi hijo recién nacido y el tercero para hacer una sopa a mi mujer, que acababa de dar a luz", explica. Este reconocido periodista radiofónico, que en los peores momentos se convirtió en la voz de la esperanza para los habitantes de Sarajevo, estaba ayer tremendamente inquieto.

El sueño y la mezcla de emociones marcó ayer su cotidianeidad en L´Escala, donde llegó hace ya 13 años. Y como si de una carambola del destino se tratara, un asunto privado le llevará mañana a Sarajevo con su madre. "La última vez que fui a Sarajevo aún creí ver la pierna que vi en una esquina", explica Boban. Su madre, una mujer de 84 años que, sin perder un minuto, saca la esquela de la hija muerta. "Muerta en el mercado", solo acierta a decir en un precario castellano mientras señala la foto de Jadranka, fallecida a puertas de los 40 años.

Madre e hijo se enfrentaban ayer a la imagen del irreconocible Karadzic: un hombre anciano, con barba blanca y más delgado que el militar altivo que recordaban. "Lleva una máscara", dijo la madre de Boban, sin desprenderse de la esquela de su hija para añadir: "La cárcel es poco". Seguidamente hizo el gesto de que estaría mejor colgado y su hijo se lo recriminó. Porque el talante que Boban mostró al ver la fotografía fue muy diferente. "Es un viejo, tan viejo que tengo miedo de que pueda despertar lástima", dijo. "Es imperdonable que hayan tardado 12 años en detenerle, sus 12 años de impunidad son 12 años de retraso en la reconciliación del país".