El próximo domingo, Alemania se enfrenta a una de las elecciones más inciertas de su historia reciente. Tras cuatro años de un Gobierno compartido entre socialdemócratas y conservadores, la repetición de una gran coalición suena cada vez más fuerte en las quinielas. Al fin y al cabo, piensan muchos, la fórmula no le ha venido mal a nadie. Y eso que no eran pocos los retos a los que se enfrentaban el SPD y los conservadores de la CDU/CSU cuando decidieron gobernar juntos, liderados por Angela Merkel.

El país tenía más de cinco millones de parados, un déficit que lo ponía en la lista roja de Europa año tras año, y una reforma del Estado del bienestar a medias rechazada por gran parte de los alemanes. Pero el viento sopló a favor del nuevo Gobierno desde el principio y la esperada recuperación económica llegó impulsada por la confianza que da a la economía tener a un conservador en la cancillería y una coyuntura internacional que anunciaba tiempos de bonanza. En menos de dos años, la locomotora volvió a la cabeza de Europa, se metió en cintura para cumplir el pacto de estabilidad y un ministro de Finanzas afirmó que en el 2011 tendría los presupuestos saneados y Alemania podría hablar de deuda cero.

ENDEUDAMIENTO RECORD Poco preveía Peer Steinbrück que en un par de meses se le vendría encima la peor crisis económica desde la segunda guerra mundial y que tendría que pedir ante el Parlamento la aprobación para un nuevo endeudamiento por valor de 86.100 millones de euros, una cifra récord en la historia de la República Federal. A pesar de todo, socialdemócratas y conservadores no se cansan de repetir que la crisis ha pillado a Alemania preparada, y que, de no ser por la mejoría lograda en los primeros años de su Gobierno, el impacto habría sido demoledor. Es cierto.

El aumento del IVA en tres puntos, del 16 al 19%, fue la primera medida aprobada por la gran coalición. Había sido el gran tema de la campaña de Merkel y el SPD tuvo que tragar, después de haber denostado la idea. La anunciada debacle no fue tal, ya que coincidió con la llegada del primer alivio económico, y los miles de millones extra obtenidos le han venido más que bien a las arcas alemanas. Como contrapartida, la unión conservadora aprobó el llamado "impuesto de los ricos", promovido por el SPD, que aumentaba del 42% al 45% las contribuciones de los solteros con ingresos superiores a los 250.000 euros anuales, 500.000 en el caso de los matrimonios.

Además, la impopular Agenda 2010 que llevó al excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder a adelantar las elecciones después de que medio país se pusiera en su contra, empezó a tener efectos. La bajada del paro, una medalla que se cuelgan los conservadores, fue consecuencia de las reformas radicales introducidas por Schröder. Hoy, pese a la crisis, la tasa del paro sigue cercana al 8%, por debajo de los tres millones y medio.

El descenso del paro, unido a la introducción de varias medidas sociales, fue lo que dio a Merkel cierta fama de socialdemócrata. Su ministra de Familia, la conservadora Ursula von der Leyen, promovió la ayuda a la paternidad que permite a los padres pedir hasta 14 meses de baja con el 67% del sueldo, siempre que esta baja sea compartida, y exigió más plazas en guarderías y centros de día para que las mujeres puedan compaginar trabajo y familia.

Menos armonía ha habido en la coalición al tratar temas de política interior, como la intervención del Ejército en territorio nacional, por la que ha luchado el ministro Wolfgang Schäuble, que se ha encontrado una y otra vez con el rechazo del SPD. En general, las propuestas del Ministerio del Interior no han sido precisamente bienvenidas por el bando socialdemócrata. Schäuble ha querido llevar la lucha contra el terrorismo islamista a extremos que, para muchos alemanes y para el Tribunal Constitucional, no respetan el espíritu de la Constitución.