A Carla Bruni nunca le ha costado decir lo que piensa. Ni le importa reconocer que le gustan los hombres con poder. Su conversión, gracias a su boda con Nicolas Sarkozy, de 53 años, en primera dama de Francia culmina una carrera que ha discurrido por los senderos del lujo y el glamur.

Carla nació hace 40 años en Turín, en el seno de una riquísima y culta familia del Piamonte. Su padre, Alberto Bruni Tedeschi, era un industrial y compositor de música. La familia pasaba las vacaciones en la mansión de Cap Negre, en la Costa Azul. Cada día, Carla practicaba la equitación y el esquí acuático y tocaba el violín. "Los niños solo veían a sus padres cuando daban una recepción en la casa", ha explicado al semanario L´Express una sobrina de la tata de Carla.

Políglota --habla italiano, francés, inglés y español--, con unas piernas larguísimas y ojos de gata, Carla se convirtió en top model, compañera de estrellas como Naomi Campbell o Claudia Schiffer, y desfiló para los mejores modistos.

"Ser maniquí es como el deporte: a los 30 años estás muerto", confesó a Le Monde. Inició, pues, en el 2001 una carrera de cantante, que le reportó un gran éxito con su primer disco, Quelqu´un m´a dit. Su voz susurrante arrebató a público y crítica, que no apreciaron de igual modo su siguiente cedé, No promises . Ahora prepara su tercer disco.

Tan conocidas como sus canciones son sus relaciones sentimentales con famosos como Mick Jagger, Eric Clapton, Kevin Costner y Vincent Perez. "Me aburro locamente con la monogamia", declaró hace un año a la revista Madame Figaro. El matrimonio es "un poco como una trampa, como si te marcan con un hierro al rojo", insistía en mayo del 2007 en la revista Gala.

En política, había expresado sus preferencias por Ségolène Royal, rival socialista de Sarkozy. Y participó en un mitin contra la introducción en la ley de las pruebas de ADN para los inmigrantes. "Detesto la selección que implica la inmigración elegida", dijo sobre la política de Sarkozy. Pero el amor todo lo cura.