Era un día para que Hamás celebrase su victoria impecablemente democrática en las elecciones de hace un año, pero acabó siendo un día tan funesto como todos. Tras dos semanas de relativa tranquilidad en las calles de Gaza, las revanchas y los choques armados entre las fuerzas del partido en la presidencia, Al Fatá, y los islamistas en el Gobierno, Hamás, volvieron a recrudecerse en la jornada más luctuosa de este año.

Los enfrentamientos causaron ocho muertos en Hamás y uno en las de Al Fatá. Dos peatones y un militante no identificado también murieron, y unas 24 personas fueron secuestradas. Esta nueva jornada de violencia llega justo cuando las facciones negocian por enésima vez una fórmula que haga posible un Gobierno de unidad nacional, única salida para la crisis.

Desde Davos, el presidente palestino, Mahmud Abbás, alias Abú Mazen , aseguró que el diálogo debería fructificar en "un máximo de tres semanas". Esta vez amagó un ultimátum, pero repitió su intención de convocar elecciones anticipadas si al final no hay acuerdo. Islamistas y nacionalistas siguen empantanados en el reparto de carteras de ese eventual Gobierno de tecnócratas con el que Abbás confía en acabar con el boicot internacional.

De momento, Hamás se niega a ceder el control de Finanzas e Interior. Tampoco acepta cumplir --pero sí "respetar" que otros lo hagan-- los acuerdos previos firmados por la Autoridad Nacional Palestina, que, entre otras cosas, incluyen el reconocimiento explícito de Israel y el desarme de las milicias.

Mientras ocurre esto, las armas siguen con su monólogo de muerte. El atentado sufrido el jueves por la noche por un oficial de la seguridad de Hamás desató ayer una cadena de revanchas en el norte de Gaza. En Ramala (Cisjordania), varios encapuchados dispararon contra las misiones diplomáticas de Canadá y Alemania, sin que se produjeran víctimas.