La sorpresa

El 25 de enero del 2006, contra todo pronóstico, la formación islamista Hamás se impuso en las elecciones palestinas. Su llegada al poder agravó el conflicto con Israel por su negativa a reconocer el derecho del Estado hebreo a existir por motivaciones religiosas: se asienta en territorio que juzga patrimonio islámico.

El boicot

La negativa de Hamás a reconocer el Estado de Israel propició un cerco financiero occidental. Hamás necesitaba más de 1.000 millones de dólares mensuales para mantener en funcionamiento la ANP, de cuyos salarios depende un 29% de la población palestina. Con esta estrategia, Occidente buscaba ahogar a Hamás para obligarle o bien a ceder a sus demandas, como eliminar de su carta fundacional la cláusula que insta a la destrucción de Israel, o bien a que el Gobierno se tambaleara.

La guerra

El relativo fracaso del boicot dio paso a una nueva estrategia para disminuir la popularidad de Hamás: reforzar al presidente palestino, Mahmud Abbás, y a su partido, Al Fatá. Las crecientes tensiones entre ambos degeneraron en enfrentamientos a tiros en los territorios palestinos que se saldaron con decenas de muertos. El 8 de febrero, los dirigentes de Al Fatá y Hamás, Mahmud Abbás y Jaled Mesal, firmaron un acuerdo para la formación de un Gobierno de unidad.