Mohamed Bin Salman cumplirá 33 años el 31 de agosto. Aún no sabemos si estamos ante el rey que gobernará Arabia Saudí durante cinco décadas o un candidato con ínfulas que jamás se sentará en el trono. Para consolidar su posición ha dirigido purgas en las Fuerzas Armadas y dentro de la familia (un término amplio si nos referimos a los Saud; entre príncipes y princesas superan los 15.000). También ha destituido a varios clérigos radicales, un oxímoron pues el wahabismo, la versión saudí del islam, destaca por su rigorismo e intransigencia. De ese menú ideológico beben grupos radicales como Al Qaeda y el Estado Islámico.

El joven Salman es el hombre fuerte del régimen, es el rey en la sombra parapetado detrás del título de príncipe heredero. Su padre, Salman bin Abdulaziz al Saud, es quien ciñe oficialmente la corona, pero tiene 82 años y no goza de buena salud. The Washington Post asegura que padece demencia senil. Al nombrar sucesor a su hijo desplazó al anterior príncipe heredero. Se ha saltado dos o tres generaciones de aspirantes al trono. Debe haber en Arabia Saudí mucho príncipe resentido y con dinero, sobre todo los del clan Al Kabir. Once de sus príncipes fueron arrestados por orden de Salman. Fue un aviso: no tolera disidentes.

El fundador del reino, Abdulaziz Ibn Saud, se casó con 22 princesas de diferentes tribus de la península que le dieron hijos y nietos; es decir, príncipes al por mayor. Fue su manera de tejer la unidad. En Arabia Saudí no hay partidos políticos, pero sí clanes que se reparten el poder. Los pactos y el equilibrio son esenciales. Ibn Saud creó su propio linaje al desplazar a sus hermanos. Todos los reyes de los últimos años, menos Abdalá, eran hijos de la favorita de Ibn Saud. Se les conoce como el clan de los Sudari. El rey Salman es uno de esos hijos que han recuperado el trono tras la excepción Abdalá, quien aprovechó la enfermedad de Fahad para hacerse con el poder y desplazar a los Sudari. No logró crear su línea dinástica.

Para sobrevivir en esta compleja estructura de poder, el joven Salman ha emprendido dos caminos simultáneos, una interior. Vender apertura dentro de Arabia Saudí: permitir que las mujeres conduzcan, abrir cines, habilitar en los campos de fútbol espacios separados para las mujeres (para disimular lo llaman para las familias). Busca el apoyo de los jóvenes, hartos de tanto rigorismo. También trata de proyectar modernidad hacia fuera en un momento en el que los saudís empezaban a ser un problema incluso para sus aliados regionales debido a su apoyo al Estado Islámico en Siria e Irak, en su guerra global contra Irán y los chiís.

La otra es la vía exterior. El príncipe se ha alineado con Donald Trump y Binyamin Netanyahu. Esta semana ha reconocido el derecho de Israel a existir, lo que representa un cambio de 360 grados. Trump, Netanyahu y el príncipe heredero están de acuerdo en que el enemigo común es Irán. No descartan una futura confrontación. Salman ha prometido que si los iranís se hacen con la bomba atómica, los saudís fabricarán la suya.

Su política exterior, más allá de gestos y palabras, es una calamidad. El futuro rey y ministro de Defensa es el impulsor de la guerra en Yemen, un desastre para los intereses saudís (y para la población local). Tampoco le va bien en Libia. Y en Siria acaba de sufrir un revés. Ha dejado tirado al Jaysh al-Islam (Ejército del Islam), su grupo insurgente favorito pasada la fiebre del Estado Islámico. En él se gastaron millones. Ni siquiera lo ha podido evacuar a Jordania tras la derrota en Duma frente al Ejército de Bashar el Asad (apoyado por los iranís). Su juguete está ahora en manos de Turquía, que juega a todas las bazas, pero que se siente más próximo a Irán y Qatar.

Afán modernizador

Su afán modernizador -aún por concretar (no habla bien inglés y no ha estudiado en EEUU o el Reino Unido- le ha granjeado varios apodos populares: terremoto Salman, tsunami Salman. Su amistad con Trump, pasado el bache de la presidencia de Obama, se basa en las armas como antes se basó en el petróleo. Para asegurarse el fervor de EEUU, Riad ha triplicado en los últimos dos años la compra de armamento.

India es el primer comprador mundial, el 14% del total, para un país con mil millones de habitantes. Arabia Saudí es el segundo, con un 7% para 30 millones. El futuro rey Salman es muy amigo del heredero de Emiratos Árabes Unidos, el príncipe Hamdan, el cuarto comprador mundial de armamento. No se preocupen, parece que estamos en buenas manos.