La capital argelina amaneció ayer en estado de máxima alerta ante el temor de que el grupo terrorista Al Qaeda en el Magreb Islámico prepare nuevos atentados, tras la explosión de tres coches bomba el miércoles. El saldo de víctimas de estos ataques aumentó ayer a 33.

El tráfico era muy escaso, los autobuses y las panaderías estaban semivacíos, caía una fina lluvia y el cielo era gris. Argel se despertó herida y dedicó la mañana a enterrar a sus muertos y a visitar a los heridos.

Los controles policiales habituales y ya reforzados hace unas semanas continúan de forma rutinaria. La policía encontró ayer un vehículo cargado con 500 kilos de dinamita delante del domicilio del director general de la seguridad, Alí Tunsi, en el exclusivo barrio residencial de Hydra, en Argel.

EXTRAÑEZA Las portadas de los diarios mostraban ayer los enormes daños causados por las potentes explosiones del miércoles. Los argelinos se extrañan al leer que conductores suicidas se lanzan contra las barreras de seguridad de los policías que intentan frenarlos con disparos. Los kamikazes no forman parte de la vasta cultura del azote terrorista que ha vivido la ciudad.

Unas motos blancas de la policía de escolta de la presidencia hacían sonar las sirenas y encabezaban un cortejo mortuorio que descendía por el bulevar del coronel Bougara. Paseaban su dolor acompañando el último viaje del colega asesinado el 11-A. Los hombres eran policías y el compañero asesinado era uno de los 33 cadáveres que recorrerán el mismo camino hacia los cementerios acompañados por los miembros de sus familias y sus amigos.

El ministro del Interior, Nouredine Yazid Zerhouni, visitó ayer en los hospitales de la capital a los heridos. Muchos de ellos se encuentran en estado muy grave. Zerhouni subrayó la repulsa generalizada que los atentados han provocado, las expresiones de solidaridad de las organizaciones sociales y políticas argelinas y las muestras de apoyo recibidas de la comunidad internacional.