En el barrio de Djurdjura, en Reghaia, a 20 kilómetros de Argel, el terremoto del miércoles transformó un inmueble de 10 pisos en una montaña de escombros. Cuatro días después, el ruido de las excavadoras y el olor a muerte mezclado con el de un fuerte desinfectante señalan desde mucho antes su ubicación. Se supone que más de 800 personas se encuentran todavía bajo los escombros, pero las esperanzas de encontrar a alguien con vida son prácticamente nulas.

En el lugar del siniestro, un silencio sobrecogedor contrasta con el ruido de las excavadoras. Pero los socorristas no se rinden. "Un milagro es todavía posible", dice el responsable de la protección civil argelina que, con ayuda de voluntarios y de una unidad marroquí, sigue retirando cascotes con las manos.

TROZOS DE VIDA

Alrededor se acumulan ropa, enseres, muebles, mantas, alfombras, electrodomésticos inexplicablemente intactos, recuperados de entre los escombros. Cada uno de estos objetos habla de una vida perdida. Un libro de lectura en francés, prácticamente intacto y una cartera escolar con los deberes de química hacen pensar en un niño o una niña probablemente soprendidos por el seísmo cuando hacían sus deberes.

"Esta mañana hemos sacado los cuerpos de cinco niños", explica un bombero. A pocos metros de allí, una simple tienda de campaña sirve de depósito de cadáveres. Sólo familiares y amigos capaces de identificar los cuerpos tienen acceso al lugar, donde expresan su dolor con increíble dignidad.

Un joven con los ojos enrojecidos lleva horas esperando, y deseando no ver a nadie conocido. "Toda su familia estaba ahí dentro y quedan muy pocas esperanzas de encontrarlos con vida", dice una enfermera.

El olor a muerte y a detergente cortan la respiración. La población parece abandonada a su suerte mientras las autoridades siguen con su contabilidad macabra. Anoche, el balance era ya de 2.162 muertos y 8.965 heridos. Más de 1.000 personas continúan desaparecidas.