Otra vez sopa» se quejó ante las cámaras Alfredo Leuco, uno de los presentadores de televisión más condescendientes con Mauricio Macri, después de que el presidente anunciase que Argentina volvía a pedir dinero al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que no le explote en las manos una nueva crisis financiera y hunda aún más al vapuleado peso, depreciado un 20% solo este año. La simple sigla FMI ha traído amargos recuerdos a simpatizantes y detractores del Gobierno. Cada vez que el organismo internacional ha intervenido en la economía argentina, la historia ha terminado mal. El futuro, temen muchos, empieza a parecerse a un pasado que se empecina en retornar.

En pocas semanas, el optimismo galopante de Macri se hizo trizas. «Lo peor ya pasó. Vienen los años que vamos a crecer», dijo el 1 de marzo al abrir las sesiones del Parlamento. El Gobierno de derechas, añadió, había emprendido desde el 10 de diciembre del 2015 «un camino distinto que por fin nos está evitando repetir los mismo errores». En dos años y medio ha ocurrido lo contrario: Argentina se ha endeudado en 142.948 millones de dólares ¿En qué se ha evaporado buena parte de ese dinero? Desde el momento en que el Estado decidió dejar de recaudar el dinero que aportaban los grandes productores agropecuarios, las empresas mineras y las grandes fortunas -los principales beneficiarios de la reducción de impuestos- los dólares sirvieron para atenuar el déficit fiscal. La deuda ha servido también para sostener la especulación financiera: se han fugado capitales por valor de 88.084 mil millones de dólares.

Pero a Argentina empezó a cerrarse la canilla del financiamiento externo. Y en un país donde no ingresan dólares genuinos (2017 cerró con el peor rojo comercial de los últimos 23 años: 8.472 millones de dólares), las restricciones siempre anuncian tormentas. Eso le sucedió al expresidente Raúl Alfonsín (1983-1989), quien tuvo que abandonar el poder seis meses antes, y a Fernando de La Rúa, que salió de la sede presidencial en helicóptero mientras la ciudad de Buenos Aires se incendiaba con el corralito. El FMI no ha sido ajeno a esas dos situaciones. Ir ahora al FMI «es como llevarte mal con tu suegro y tener que pedirle plata», ha reconocido Alfonso Prat-Gay, el primer y breve ministro de Hacienda de Macri.

Duros enfrentamientos / «Este es un Fondo Internacional muy distinto al de hace 20 años», ha matizado su sustituto, Nicolás Dujovne. Si, en el 2001, su reaganiana directora, Anne Krueger, soltó la mano a De la Rúa y sentenció su final, Christine Lagarde, la actual cabeza del organismo, se mostrará, según el ministro, más comprensiva. El analista Rosendo Fraga pide evitar el espejismo. «Una característica común por la cual Argentina ha fracasado en resolver sus crisis económicas es la incapacidad para entender que no es el centro del mundo. Al no hacerlo, se sobredimensiona la importancia del país y se presume que será financiado para que mantenga su estabilidad económica». La oposición descarta que el FMI prestará los 22.000 millones de dólares a cambio de nada. Ya se habla de un paquete de duras imposiciones: ajuste fiscal, reformas laborales y de las pensiones, una mayor subida del dólar, con el correspondiente impacto inflacionario y en los salarios, y una mayor apertura comercial.

Pero antes de que llegue el acuerdo con Lagarde, el Gobierno tiene este martes un desafío mayúsculo. El 15 de mayo deben renovarse los títulos de deuda a corto plazo que licita el Banco Central, conocidos como Lebacs, por casi 30.000 millones de dólares. A lo largo de esos años, los capitales internacionales han entrado para vender sus dólares, comprar esos títulos, recibir ganancias enormes para después volver a adquirir la moneda estadounidense para sacarla de Argentina. Macri, apunta el diario Clarín, «atraviesa un tiempo político horrible, que en buena parte se supo construir». Y por eso ya no se habla del maléfico fantasma de Cristina Kirchner. El tema es Cristina Lagarde.