Vladímir Putin habrá alcanzado los 72 años cuando en el 2024 expire el nuevo mandato presidencial que, sin ningún género de dudas, estrenará tras su ineludible victoria en las elecciones presidenciales de marzo. Y más allá de la barrera de la edad, se interpondrán los preceptos legales: la Constitución rusa estipula que ningún presidente puede prolongarse en el puesto más de dos periodos consecutivos de seis años.

Por todo ello, y cuando aún no ha arrancado la que se presume que será la última presidencia de la era Putin, es posible aseverar que Rusia se ha instalado ya en modo transicional; en especial la élite que gobierna el país, entre cuyos adinerados integrantes, según la rumorología, reina gran inquietud, al tiempo que se estrujan el cerebro para preservar el sistema implantado por el duradero líder del Kremlin en los últimos 17 años y pico, una vez que este falte.

El analista Gleb Pavlovski, quien, gracias a su trabajo en el Kremlin en las postrimerías de la presidencia de Borís Yeltsin, conoce bien la trastienda del poder ruso y sus tradicionalmente complicadas transiciones de liderazgo, caracterizó de esta forma, en una reciente entrevista con la emisora Eco de Moscú, el estado emocional existente entre las decenas de ricos oligarcas y altos cargos que conforman el entorno presidencial: "A ojos del mundo, Rusia es de Putin; pero de puertas para adentro, ya no es de Putin, está instalada en la era post-Putin, y todos los jugadores importantes en ella intentan hacer sus movimientos, colocar a sus peones y acumular fuerzas para el momento en que (el presidente) no esté".

Luchas intestinas

Los analistas coinciden en adelantar que en el periodo de seis años que se iniciará en primavera, se generarán tensas fricciones y enconadas luchas intestinas entre los miembros de la corte putiniana, que irán in crescendo y que a buen seguro traspasarán las rojas murallas del Kremlin para hacerse incluso visibles a ojos de la opinión pública. El reciente escándalo en que se ha visto envuelto el exministro de Desarrollo Económico Alekséi Uyukáyev, condenado a ocho años de prisión por la toma de sobornos, podría ser solo el primer episodio.

Los antecedentes históricos convierten en muy posiblemente veraces dichos augurios. En los últimos años de Yeltsin, Rusia vivió instalada en un caótico frenesí político, con destituciones de primeros ministros cada dos por tres, filtraciones interesadas, y hasta sangrientos atentados terroristas, que daban cuenta de la enconada lucha por el poder que se desarrollaba tras las bambalinas entre las diferentes facciones del entorno presidencial.

Paralelamente, la ciudadanía que tanto ha apoyado a Putin durante los últimos tres lustros y pico -aunque de una forma un tanto pasiva, eso sí- da muestras de distanciarse respecto a su líder, en un ambiente de desánimo y estancamiento económico, con reducidas tasas de crecimiento del PIB. Los sondeos avanzan que la participación en los comicios de marzo podría ser baja, ya que el electorado no muestra gran interés.

Además, el opositor Alekséi Navalny no solo congrega cada vez más público en sus actos organizados para denunciar la corrupción, sino que también ha logrado lo que parecía impensable hace poco: sacar al movimiento crítico con el Kremlin de sus feudos en Moscú y San Petersburgo y llevarlo a las provincias, habitadas por gentes que se informan casi exclusivamente a partir de las controladas televisiones federales.

"Putin ha logrado para Rusia el papel de disruptor geopolítico del mundo; pero su actuación (en el frente exterior) no es sostenible sin políticas exitosas y coherentes en el interior", concluye el columnista de Bloomberg Leonid Bershidsky.