Toda la credibilidad que han perdido los militares la han ganado los monjes budistas. Los religiosos de Birmania han estado en primera línea para ayudar a los damnificados del ciclón Nargis y no se han mordido la lengua a la hora de denunciar la incompetencia y la corrupción de los militares. "Es intolerable que el Gobierno reparta arroz podrido a los afectados", denuncia a este periodista un maestro monje del monasterio de Kyaung Thit Temple, en el delta del Irauadi.

El religioso está muy enojado. Abre una bolsa con el arroz que reparten los militares y otra con el que distribuyen ellos y los voluntarios civiles de Rangún. La diferencia es abismal. El arroz del Gobierno está enmohecido y huele mal. "Es arroz de una calidad ínfima, que puede sentar mal. Limpio y secado de nuevo podría servir. En estas condiciones mata el hambre, pero destroza la salud", agrega el monje.

Los religiosos utilizan su organización y su red de monasterios para traer los cargamentos desde Mae Sot, en Tailandia. Así llevan haciéndolo desde el pasado 3 de junio, después de que el Nargis causara 77.738 muertos y 55.917 desaparecidos.

En Birmania hay 500.000 monjes entre una población de 54 millones. Pese a ello, el maestro monje de Kyaung Thit sostiene que no daban abasto para atender a los 2,4 millones de damnificados, de los que un millón sigue sin ayuda. "Suerte de los voluntarios civiles, porque el Gobierno había dimitido de sus responsabilidades".

De momento, no ha habido protestas, porque quien alza la voz va a la cárcel. Solo los monjes se atreven a disparar sus dardos contra la dictadura militar, a sabiendas de que gozan de gran predicamento entre la población. Consciente de su creciente popularidad, la Junta ha redoblado sus esfuerzos en el delta: regala tractores ligeros para plantar arroz, inaugura escuelas, reparte comida, facilita créditos para reconstruir viviendas... Los militares se han hecho omnipresentes.

Limosna y negocios

Por la mañana, reparten limosna; por la tarde, juegan al golf; y por la noche, hacen negocios con los japoneses. En el restaurante Elefante Verde, de Rangún, un grupo de funcionarios y militares cierra el trato con los ejecutivos de una constructora de Tokio. Hablan de reparar un puente. A juzgar por las risas, el negocio va viento en popa. Los generales ríen y el pueblo llora.